jueves, abril 10, 2008

Carcacha devil rock and roll (Parte V y Final)


Es extraño para unos citadinos como nosotros ver una plazoleta a pocos metros de la cima de un cerro, con unos minúsculos jardines, angostos caminitos de maicillo, bancas de piedras color cal, postes de luz en las cuatros esquinas. Mis tres compañeros encendieron un cigarrillo y nos sentamos a beber lo que nos quedaba de copete, por mas que intentamos mantener el silencio nuestras voces viajan por el aire con estrepitosa armonía. Paletón despotrica por el cansancio, tenia razón, llevamos más de una hora cuesta arriba, pero igual el Santos lo recriminó por pajero. Sopla un viento frío que estremece, beber un sorbo de licor resulta un verdadero alivio, sin importar cuantos tiritones provoque en tu espalda.

¡Aparece de repente!.

Atravesando una cerca de madera color celeste. Un fantasma o un hombre, no podría decirlo, me da la impresión que es enorme, de aproximadamente un metro noventa de estatura. El fantasmagórico hombre nos queda mirando, pareciera que nos quisiera decir algo, pero su rictus permanece inmóvil, a la distancia observamos como prende un cigarrillo, el humo amarillo lo cubre con un velo de misteriosa maldad, nada bueno puede generar ese hombre. Camina hacia nosotros, silencio sepulcral, el hombre fantasma se detiene frente a un viejo camión Ford, que se encuentra estacionado a unos cuatro metros, cierra sus puertas y desaparece.

- ¡Cacharon huones! –dijo el Chamo.

-¡Era el diablo, hueón el cachu’o en persona, el mandinga!- exclamo Santos emocionado por la visión.

- ¿Seguro?- contesta el Chamo con inseguridad.

- No viste el azufre que expelió su cuerpo- dije ironicamente.

- Era puro humo hueón, - se defiende el Chamo.

El Chamo parece tenso, se empina la botella, fueron segundos de nerviosismo, la incredulidad se manifiesta en las constantes risotadas y en nuestros gestos absurdos. Paletón prende un cigarrillo y reparte el último que queda en la caja. No Podía dar créditos a los dichos del Santos, a pesar de la desconcertante presencia de aquel hombre, está lejos de ser el innombrable, ¿podía ser sólo un hombre con pacto con el diablo? ¿O un brujo negro?, ¡pero el diablo! ¡No!, no creo.

- ¿hay que hacer algo?- dijo el Santos.

- Si hueón, hay que combatir el mal, ¡robémosle el camión! ¡y volvamos pronto a casa!-. dije sarcásticamente.

- ¡si! siempre hemos sido de los buenos- comenta el Chamo.


- ¡para tomar¡- aclara Paletón entre carcajadas.

- ¡Chamo, mierda¡ anda a ver si el camión está con seguro- dice el Santos.

El Chamo avanza, sus pasos temerosos son lentos como los de un perro asustado, el Chamo revisa los cuatro costados del camión, trata de abrir una puerta, pero están con seguro, se agacha y examina las ruedas, vuelve hacia nosotros visiblemente agitado. Respirando firme y pausado nos informa que el camión tiene unos topes en los neumáticos delanteros y la ventana del conductor está abierta.

-Hay que hacerlo, robémoslo- dijo el Santos. ¡Ya¡ exclama decididamente Paletón.

Partieron los tres, parecen gatos acechando la carnicería del guatón Carlos. Camina detrás de ellos y me siento a tres metros delante del Ford, desde ahí observo como esos pendejos intentan vengarse del diablo, ¡es imposible hacer partir esa carcacha con ruedas!, termino con la botella y la quiebro al medio de la calle, pensé que con ese estallido mis amigos se asustaran y escaparan, pero no es así, se mantienen firmes. El Santos de improviso se encarama sobre la ventana del camión, la parte inferior de su cuerpo se mueve como cola de pez. Santos entra al camión, toma el volante, están a segundos que el viejo Ford inicie el viaje, abre las puertas, trata de darle contacto, no funciona, suelta el freno de mano y grita, - ¡Chamo saca las piedras y súbete¡-, ¡las saque hace rato! -grita el Chamo. Las ruedas comienzan a girar lentamente, el Chamo se sube, extasiado grita, ¡súbanse huevones¡ ,!súbanse¡, Paletón se queda paralizado, un huracán golpea mis instintos, comienzo a correr, estoy a la par de la cabina, me van a adelantar, no voy aceptar que me dejen abajo, me afirmo del pick–up, pego un salto, ¡estoy arriba,! !Lo logré¡, mi corazón se agita, una milésima de segundo después el Ford hace un giro brusco, y mi cuerpo sale disparado a una orilla, caí, me doy una vuela en el suelo, quedo un poco mareado, pero sigo corriendo, escucho como Paletón pega un alarido, ¡corre, hueón, corre¡, me sobrepasa velozmente, el sonido de las latas retumba como bombas, desde las sombras de una casa, alguna vieja nos grita.

-¡QUE ESTÁN HACIENDO CABROS DE MIERDA¡.

-¡VOY A LLAMAR A LOS CARABINEROS CHIQUILLOS DE PORQUERÍA!.

Apuro el tranco, las zancadas de mí carrera son largas, floto en la luna como un astronauta, mi vista rebota contra el suelo, voy a caer, me concentro en mi equilibrio, sigo tras los gemidos del viejo Ford, la carcacha del demonio parece estar asqueada por nuestra acciones y vomita el capo, este sale disparado hacia el Pedro, pasa solo a unos metros de nuestras cabezas, el destartalado vehículo va de un lado a otro de la calle, finteando las viviendas y los postes del alumbrado, doscientos metros más abajo el Ford descansa al lado del camino, el camión esta hecho mierda, sus ruedas apuntan al mar, no se ve nadie, me siento mal, espero lo peor, sigo corriendo y no logro llegar, la adrenalina esta a punto de reventarme el corazón, mi cabeza sangra, tengo las manos astilladas por el roce del maicillo, los muchachos comienzan a salir entre los hierros del vehículo, por suerte están bien. Paletón parado en medio de la calle aplaude, y Grita, ¡espectacular, se pasaron par de hueones! .Los pilotos se miran y brindan una reverencia. Descanso tres segundo, hay que escapar, pero antes nos abrasamos y reímos, dejamos la escena del delito, pronto llegarían los Pacos, ellos no entenderían los actos de la justicia divina, nos internamos en le bosque de Pinomar, al bajar por el costado de la calle principal introduzco uno de mis pies en una acequia llena de agua, mojando mis pantalones hasta las rodillas, mi aspecto es atroz, siento angustia y pienso que debo escapar sólo, pierdo a mis amigos en los eucaliptos, escucho sus voces, escondo mi sangre con la capucha de mi polerón negro, cruzo por el bosque, camino dos calles al norte y bajo el cerro caminando con las manos en los bolsillos, llego al mirador, desde ahí observo el parque de diversiones, espero unos minutos, mis compañeros no aparecen, las patrullas policiales se dirigen al lugar del suceso, cruzo la calle, camino por el centro del Quisco, paso frente a la comisaría, me siento a esperar micro en el paradero que esta al frente del cuartel policial, no observo ningún procedimiento fuera de lo normal, tomo un colectivo, saco un billete de mil pesos y se lo paso al chofer, me percato que lo había manchado con sangre, me pongo nervioso por dejar una ínfima pista en el camino, el conductor guarda los mil pesos en un compartimiento del auto, mi calma vuelve, el billete se esfumó en el anonimato del dinero, me bajo del colectivo y me dirijo hacia la casa, pero no ha llegado nadie, me siento en el umbral de la puerta a esperar.

Mi torpe escape resultó mejor de lo que pensé, pero no todo era perfecto, faltan mis amigos, miles de pensamientos bombardean mi mente, doy vueltas en círculo, impaciente pateo piedras, busco consuelo en vagos arrebatos de optimismo, ¿qué será de mis jinetes de la Apocalipsis de los expendios de alcohol?, el infierno quema, es verdad. Tres siluetas despegan desde las sombras de un camino, siento un alivio en mis golpeados huesos. El Santos se adelanta sobre los demás, y despacha un fulminante derechazo a mi pómulo izquierdo.

-¿Por qué me pegaste hueón?, ¡Estoy para la cagada y vos me pegai un cornete!

-No te parece poco el susto que nos hiciste pasar-. Incrimino el Santis.

-y ustedes tropas de hueones-me defiendo alterado.

-¿por qué escapaste sölo?

-me pareció lo mejor.

Sus motivos no me parecían suficientes, de todos modos para no quedarme despacho un fuerte derechazo al mentón del Santos. Paletón y el Chamo se abalanzan sobre nosotros para evitar una pelea, con ello gastamos las ultimas cuotas de adrenalina, todo vuelve a la calma, Santos me ofrece sus disculpas y acepto, nuestros rostros pedían a gritos unas cervezas, dentro de la casa decidimos tomarnos una sopa en sobre, mientras la preparan voy al baño a darme una ducha, el agua está helada, mi cuerpo tirita, con el espejo del baño reviso las heridas de mi cabeza, descubro mis cicatrices.

La sopa expele un rico aroma a orégano y espárragos, nos sentamos a la mesa, discutimos las jugadas polémicas y reímos. El Santos y el Chamo nos cuenta su odisea.


Roberto no sabes la veces que estuvimos a punto de chocar contra una casa, ¡ahí sí que queda la cagada!. Solté el freno de mano y el camión agarró una velocidad espectacular, la carcacha saltaba como si nos quisiera expulsar de su interior, mi cráneo quedó hecho mierda tanto rebotar con el techo, en una oportunidad se salió el capo y una macha de petróleo nos tapo la visión, no veíamos nada, así que decidí tirar el camión a una orilla del camino. Chamo y Santos puedo preguntarles algo, -si por supuesto-. ¿Tuvieron miedo? ¿Pensaron que podían morir?, -no, para nada- respondieron secamente. Ensuciamos nuevamente los platos, nadie los quiso lavar.

Ya en la cama, pienso si el peso de la impunidad existe, la angustia de la culpa atravesó fugazmente por mi cabeza, esta se desvaneció en el recuerdo de las victimas.

La noche terminó, la mesa está sucia, una bolsa seca de Té descansa al costado del basurero, los fósforos y las cenizas adornan la mesa, cierro los ojos, ¡ya es un nuevo día!, no queda otra que dormir y pensar que vamos hacer mañana.

miércoles, abril 02, 2008

Carcacha devil rock and roll (Parte IV)


Aún era temprano, pasamos a un parque de diversiones que está justo en la entrada de la calle Pinomar, las personas comenzaban a retirarse a sus casas, rondamos el lugar, luces escuálidas colgadas por todos lados, un viejito de cabeza nevada y percudida cotona color azúcar flor vendía en una esquina confites, maní confitado y algodón, alrededor del anciano todo daba vueltas, las maquinas parecían tener vida propia: el carrusel, los autos locos, el barco pirata, los caballitos, el tiro al blanco, los monos porfiados y el bingo adquirían una belleza que escapaba a mis ojos, divertirse, dar vueltas y vueltas, solo eso parece tener sentido. Voy y compro un maní salado, me siento frente a los autos locos y espero.

El Santos sale corriendo detrás de una mujer para preguntar su nombre, saber donde estaba alojando y concertar una cita en la playa, siempre utilizaba el mismo libreto, no sé si le resultó alguna vez, pero el confía ciegamente en su técnica. El Gerardo y El Pedro también desaparecieron. Los espero, sé que me buscaran, soy pieza clave en su ajedrez, tengo a la reina entre mis brazos, además esos hueones no duran mucho sin un trago.

El trío de hueones me localiza. Subimos por una escalera de piedra que está en la entrada de la calle, a un costado de los Juegos, llegamos a un mirador del sector alto del Quisco, lugar que cuenta con una vista privilegiada de la playa. Encontramos un sitio eriazo entre dos casonas, es el lugar perfecto para preparar los tragos, saltamos una pequeña alambrada, bajamos la coca- cola y nos pegamos unos cortitos de pisco, observamos la playa, las estrellas se encontraban a nuestros pies danzando cadenciosas con las olas. Preparamos dos botellas de combinados, tragamos unos sorbos, dejamos atrás los destellos, el humo azul de los cigarrillos, las colillas, las estrellas, el mar y sus profundidades.

Cargando las botellas comenzamos a subir el cerro, de tanto en tanto nos detenemos a beber, nos demoramos alrededor de media hora en llegar a la entrada del bosque de Pinomar. El panorama no es nada alentador, el paisaje llama a la soledad, es un sitio oscuro con una gran cantidad de arbustos, nos detenemos a observar, no se escuchan ruidos, solo la tenue Luna nos hacía compañía, en un arrebato poético de hueón borracho pienso que la Luna es la única que nunca nos ha ignorado, levanto la botella y brindo por ella, ¡Salud!, mis compañeros también beben por ella, me gusta pensar que con ese acto sello un pacto de fidelidad con la señora inmaculada que gobierna todas la noches.

El Chamo y el Pedro se disputan la botella de combinado, como si diluyera la frustración de sus bocas, después de cada sorbo se llenan de alegría. El bosque es lo más parecido al limbo. Bebemos un poco más antes de seguir el camino entre los arbustos. Evitamos la basura y la mierda, nos escondemos detrás de pinos y eucaliptos, seguimos brindando. Bajamos por las laderas de un seco canal. Observo a mis camaradas y el rostro del Chamo que está desfigurado, supongo que a todos nos a cambiado la cara. Nos sentamos, terminamos una de las botellas y decidimos caminar por la espesura de un bosque. La maleza y las hojas crujen a cada paso, delatando nuestra presencia, el Santos iba en la delantera guiándonos, de pronto adopta la actitud del sargento veterano de las películas de guerra, avanzamos a su ritmo, obedecemos sus señales de silencio. Paletón escucha voces y ruidos, recorrimos el bosque en marcial orden.

-¿El trago nos esta pasando una mala jugada?.

Divisamos dos fogatas, nuestros corazones comenzaron a latir con ímpetu, la luz del fuego incendia nuestras pupilas. Santos el sargento, ordena al cabo paletón y al soldado raso Chamo acercarse al objetivo e investigar la zona. Al volver decidimos renunciar a cualquier estrategia de asalto, nuestro objetivo no tenia valor y es altamente arriesgado para nuestras capacidades, la situación es la siguiente: tres mujeres y como ocho hombres, todos sedientos, alegres y volados. Llegamos al final del bosque sin encontrar nada, subimos a la calle, con dirección desconocida, ¡mis pies no dan más!, pero los zombis de mis compañeros no se detienen, mi boca lanza afilados comentarios para tratar de revivir a estos muertos, estupidez tras estupidez, pero mis letrados amigos no hacen caso a mis comentarios idiotas que tanto los enardece. Cada paso que doy en un calvario, pero no paramos hasta cruzarnos con una plazoleta de nombre Luis Sanfuentes.

-¡Robemos un auto para bajar y llegar luego a casa¡- digo aburrido.