miércoles, septiembre 16, 2009

Catalítico


La rutina y la vida de don Octavio parecían caminar resuelta hacia su final. Su señora había partido y sus restos descansaban en un frío nicho carente de flores y mensajes. La apatía dominaba los días del anciano que se refugiaba en sus recuerdos, sentía que en cualquier momento la muerte llegaría para arrastrarlo hacia su seno.
Una de las pocas actividades que don Octavio disfrutaba era ir a comprar vino y comida al supermercado, ahí dedicaba largos minutos a observar a las personas, especialmente a las mujeres jóvenes y a las parejas de enamorados que conducían sus carros de compras. Ese día de sopetón y frente a una oferta de vinos carmeneré se encontró con un viejo colega.

-Hola Octavio te acuerdas de mí.

- Sí perfectamente- dijo Octavio con serias dudas- ¿eres…?

- Soy Hector, el Tito, jugamos al fútbol en el Torino de Peñaflor.

- Sí, me acuerdo perfectamente. ¿Y a que te dedicas Tito?

- A ver paginas de Internet y a jugar con el computador.

- Observas páginas pornográficas- dijo Octavio con voz picarona.

- Eso y mucho más, por ejemplo en Youtube, veo partidos antiguos, escucho canciones viejas, tangos, boleros y peleas de box, de Alí y Frazer.

- Que bueno y esa cuestión sale muy cara.

- No para nada… con tu pensión seguro que te alcanza.

Después de ese inesperado encuentro Octavio quedó pensando frente al mostrador de las carnes sobre esa cosa llamada Internet y de las posibilidades de entretención que podía entregarle. Se informó del tema con su hijo, se inscribió en un curso de computación y uso de Internet para el adulto mayor en la municipalidad de Peñaflor. Transcurrido un mes y con un crédito de consumo compró un computador e instaló una conexión de banda ancha.

Esa nueva compra hizo que su vivienda cambiara radicalmente. La luz entraba por las ventana del comedor, en las paredes se observaban fotografías impresas de Sofía Lorena, Ursula Andrews, Sharon Stone, y Scarlett Johanson. Don Octavio caminaba más ligero dentro de su hogar, presentaba un mejor estado de ánimo, se movía con energía al ritmo de los boleros y de las letras tristes y melancólicas de los tangos que contrastaba con la luminosidad de sus habitaciones.

La rutina de don Octavio había cambiado, en las mañanas religiosamente revisaba los portales de noticias, después veía las páginas de Escorts nacionales (http://www.sexo.cl/ y http://www.relaxchile.cl/) y soñaba que acompañantes podía pagar en una tarde de lujuria con el bono de aguinaldo de fiestas patrias. Fantaseaba con sus cuerpos firmes, elaboraba intrincadas conversaciones de seducción con las putas finas que parecían modelos de televisión o deliraba con los acentos extranjeros de las mujeres argentinas, colombianas, bolivianas, paraguayas y peruanas que le susurrarían cochinadas en los oídos que con ayuda de las pastillas azules lo harían sentir como un adolescente, al menos por una par de horas. Pero en el fondo de su alma sabía que llevar a cabo esa idea, lo dañaría, recordaría que su juventud se fue para no volver, sumando la vergüenza. Él era un viejo chapado a la antigua, no podía concretar ese viaje, pensaba que era demasiado terrible morir de un ataque al corazón justo antes de penetrar a una joven. Definitivamente no quería eso.

Su corazón no era el mismo de treinta años atrás, su carne, piel y energía tampoco. La idea de la muerte no lo dejaba dormir, dormir era morir en cuotas, eso lo angustiaba profundamente. Abría botellas de vino para tratar de calmar su alma. Necesitaba urgente que una araña radiactiva lo mordiera o que un científico loco le confeccionara una armadura de metal con un pene hidráulico o simplemente comprar un corazón catalítico que no dañara el medio ambiente. Eso era, un corazón catalítico, ahí está, cómo no lo pensó antes, un corazón catalítico.

El viejo durante esa tarde ingirió un cóctel peligroso, antrebrac, paroxítona, vino tinto, y un par de cortos de pisco. Su cabeza giraba en torno a una sola idea, el corazón catalítico, una corazón ecológico sin gases, porque ahora odiaba los gases, cuando joven le encantaba tirarse pedos, era orgulloso de ellos, entre más hediondos mayor era la alegría, pero ahora el anciano los detestaba, a esta altura de su vida no estaba dispuesto a convivir con ese olor putrefacto, que era una señal que su cuerpo se pudría por dentro, era olor a muerte. Como un vampiro necesitaba nueva sangre, un nuevo corazón.

Octavio en un momento de iluminación pensó que en Internet estaba todo, ahí iba buscar la forma de crear su corazón catalítico.

Se sumergió en la red, tras unos minutos de búsqueda sin resultados tomó su billetera, fue a la cocina, sacó su cooler y salió apurado al supermercado. En la tienda se adentró en el pasillo de los licores, compró una botella de whisky John Long, cuatro bolsas de hielo, se dirigió al mostrador de la carnicería, compró un corazón de vaca, carne molida especial y un corte de lomo. Además compró agujas y artículos de farmacia.

Octavio tenía los ojos excitados, sus pupilas reflejaban ansiedad, ira, rabia y concentración. La postura del anciano era rígida, firme, se podía sentir la adrenalina que fluía en su interior. Octavio sentía que estaba a las puertas de algo realmente grande, estaba extasiado por eso. Abrió la puerta de su casa y se puso a trabajar con la dedicación de un artesano, con pasión sus manos moldeaba la carne, con aguja e hilo quirúrgico urdía puntadas, hasta que sus ojos explotaron en éxtasis.

- Lo Logré. Soy genial, lo logré- gritaba como un desquiciado.
- Soy un dios, un maldito dios.
- Creé un corazón catalítico, que elimina el dolor, que no tiene rencores e inmune al amor.


Don Octavio, el nuevo dios de Peñaflor, olvidó sus dolores, dejó su creación en la mesa y salió presuroso a la calle.

- Mira el viejo loco como grita- comentaron unos skaters que practicaban sus trucos en la escalera de un edificio público.

- Atención gente… he creado un corazón catalítico que purifica el dolor y elimina las envidias. Soy un nuevo dios- gritó don Octavio en la esquina de una calle.

- ¿Qué dijo el viejo loco?, ¿Qué creó un corazón católico? ¡Pero si yo soy católica¡ y el corazón me lo entregó Dios- dijo una anciana que cruzaba por la calle.

Un patinador se deslizó y lanzó un papel en la cara a don Octavio. Las señoras que venían del supermercado lo miraban con miedo y se hacían a un lado, a pesar que don Octavio no tenía la fuerza y las ganas de hacerles daño.

Frente a la negativa y el rechazo de la gente común don Octavio pensó: “Tengo que ir con los pobres, con los borrachos, con los que no tienen nada que perder, igual como lo hizo Jesús”. Caminó con entusiasmo y renovadas fuerzas al sector marginal de la ciudad, en busca de sus seguidores.

En los sucios callejones de la ciudad, don Octavio predicó su palabra, con la pasión de Juan Bautista. Algunos niños drogados con pegamento se acercaron a sus pies y alzaron sus manos, vaciaron las monedas de los bolsillos de Octavio y se alejaron.

El anciano logró llevar a dos mendigos a su casa motivados por la curiosidad y la posibilidad de sacar algún provecho a la situación.

Los mendigos caminaron cantando al señor. - “señor te he mirado a los ojos, sonriendo he dicho tu nombre, en la arena….”

Al llegar a la casa don Octavio abrió expectante la puerta y observó con horror que su obra maestra, su sublime creación estaba cubierta de moscas y que un gato callejero comía de su corazón ecológico. Su revolucionario corazón catalítico no era más que sustancia que servia de alimentos a los gusanos. Con la desesperación de quién lo pierde todo, gritó y se desmayó. Uno de los mendigos observó al anciano y robó todo lo que pudo.