martes, agosto 28, 2007

Justicia versus Egos Adolescentes Narcisistas

A pesar que el curso se comportaba bien, Fabián se obstinaba en llamar la atención e interrumpir la clase por cualquier motivo.

El movimiento susurrante de sus labios sacaba de la concentración habitual al profesor de historia. El docente sabía que era difícil entender a cabalidad el proceso de independencia de Chile y comprender las diferentes tesis de la historiografía chilena. Por eso necesitaba silencio.

-Fabián por favor siéntate y deja de hablar e interrumpir.

-Ya profesor-dijo Fabián sin cambiar su actitud.

-Por favor siéntate hombre y pone atención- dijo el profesor alzando la voz.

- Todo yo... por qué no reta a los demás.

-Porque tú eres él que está interrumpiendo la clase… no los demás.

-Usted es injusto... me tiene mala profesor, por eso me reta sólo a mí.

- No se haga la victima-dijo el profesor indiferente.

- Pero si usted me tiene mala.

-Hay por dios... no le tengo mala solamente a usted, todo el curso me cae mal, pero sólo reto a los que me interrumpen- dijo el profesor con un tono sarcástico que sacó algunas tímidas risas de sus alumnos.

-Ahora que todos saben la verdad podemos continuar la clase.

Al sentir su ego acallado Fabián se sienta y comienza realizar las actividades dispuesta por el cascarrabias viejo de historia.

viernes, agosto 17, 2007

La Extraña Belleza Infantil


-Eres fea Beatriz- gritó Cristóbal.

Al escuchar ese grito agudo, la profesora Sonia de primero básico fue a ver que pasaba en el fondo del aula.

Algunos docentes consideraban a Beatriz como un verdadero engendro del demonio, pero la profesora Sonia trataba de acoger y entender a la niña pues sabía que ella no tenía una vida fácil, era imposible con una madre alcohólica y un padre ausente. Beatriz vivía sola con la abuelita Peta una señora con una evidente locura senil. La antipatía natural que generaba la niña era potenciada por su fealdad, poseía unas portentosas mejillas, unos ojos grandes desorientados que no eran simétricos a su rostro redondo como balón de fútbol, la ausencia de los dientes delanteros suavizaban el grotesco aspecto de su mandíbula desencajada. Pero el problema de Beatriz no se reducía a su fealdad, la niña era mala, acostumbraba a golpear a sus compañeros como si estos fueran esclavos, le colocaba clave a los computadores del colegio para que nadie los pudiera usar, y amarraba grandes piedras a las extremidades de los gatos para que no pudieran caminar.

-cállate fea- volvió a gritar Cristóbal.

- Tonto, vos que no sabes leer- respondió Beatriz.

-¿Qué pasa ahí?- preguntó con autoridad la profesora Sonia.

- Que ésta fea me está molestando- se defendió Cristóbal.

-Cristóbal no debe tratar así a su compañera- corrigió la profesora.

-Pero si es fea señorita.

Beatriz con un asombro se tomó la cabeza y la movió de un costado a otro, como si ella hubiera descubierto una verdad que era invisible a los ojos de los otros.

-Que eres tonto Cristóbal no te a dicho tú mamá que todas las niñas son feas cuando chica y cuando crecen se ponen bonitas... cierto señorita- dijo Beatriz con ingenuidad.

- Por favor niños dejen de pelear- contestó la profesora tratando de evitar la pregunta de Beatriz.

Una vez calmada la disputa entre Cristóbal y Beatriz, la profesora Sonia sintió una terrible pena por su alumna, pensó en todas las mentiras que le deben haber dicho sus padres para justificar su aspecto físico. Trató de comprender como debía ser el mundo de la heredera de la Quintrala. Sintió desesperación y angustia por la injusticia de la naturaleza, pero después de unos minutos se dio cuenta que nada podía hacer.

viernes, agosto 10, 2007

Perros de la calle (Capitulo II)



Cansado Roberto apoya su cabeza contra el respaldo del asiento. Levanta su brazo y observa su reloj que marca un cuarto para las cinco de la tarde, al bajar el brazo, su vista inconscientemente va a cruzar el vidrio contiguo, la calle se alza como el único escenario capaz de entretenerlo en ese momento, se detiene en una hilera de eucaliptos tratando de captar los diferentes matices de verde que poseen sus hojas, Roberto no alcanza a lograr su frágil misión, la velocidad juega en su contra sumiéndolo en una tristeza marcada por el olvido galopante de las ruedas del vehículo.

Su casual melancolía se apodera de él mientras quedan atrás los árboles, las viejas casas de húmedas maderas y pintura resquebrajada, y en el horizonte las montañas que lucen sus picos nevados.

El colectivo se detiene en la entrada del pasaje Manuel Rodríguez que está perpendicular al camino del Diablo, vía llena de mitos y leyendas fantasmagóricas que une al pueblo de Talagante y Peñaflor. Una Señora de cuerpo firme y generoso, abre la puerta y posa su trasero en el asiento delantero. El chofer disimuladamente le mira las piernas mientras le recibe el dinero del pasaje.

El vehículo parte y se desliza nuevamente en el pavimento del camino del Diablo. Roberto se concentra en el camino y recuerda las leyendas que les cuenta a sus alumnos al inicio de cada clase. Le encanta relatar historias, especialmente la que narra el origen del camino del Diablo, donde resalta la rivalidad de estos dos pueblos.

Durante la época de la Colonia, una joven y atractiva mujer, hija del mayor hacendado de Talagante que se enamoró de un misterioso huaso de lujosa estampa, el cual resultó ser el mismísimo mandinga. A pesar del esfuerzo del padre, Belcebú encarnado en el huaso, logró desposar a su hija. Realizado el matrimonio con el demonio, los dos pueblos comenzaron a realizar intensas procesiones religiosas para dejar al diablo y a su esposa encerrada en el camino que une a Talagante y Peñaflor, hasta que lo lograron. Los Talagantinos construyeron una cruz de hierro a la entrada de su comuna y los peñaflorinos levantaron una virgen María en la cima del cerro que vigila la entrada del pueblo.

Pero Roberto sabía que esto sólo eran historias y que lo más probable que el camino obtuvo su nombre por las impenetrables zarzamoras que se ubicaban al costado de la ruta y que fueron el terror de los ciclistas borrachos que terminaban sus juergas aprisionados en sus espinas.

Roberto dejó las leyendas y se ensimisma nuevamente en el paisaje rural, el rugir del motor los conduce a un somero sueño. Siente un fuerte golpe en el parachoques del vehículo, el conductor frena bruscamente, para reiniciar su trayecto. Roberto lo primero que pensó, fue que el chofer pisó un gran hoyo del pavimento. Él abre los ojos y observa las pupilas dilatadas, húmedas de espanto de la pasajera que está sentada a su costado y como la mujer gira su cabeza hacia la izquierda hipnotizada por el accidente. Roberto la sigue con su vista, resulta ser un perro mestizo similar a un pastor alemán que fue arrollado por el vehículo, su cuerpo inerte y tieso gira en el pavimento a gran velocidad y en dirección contraria al colectivo.

El cuerpo que hace unos segundos estaba lleno de vida, ahora parecía un peluche del infierno, yermo y destrozado, queda tirado a la vera del camino sin más espectadores que los pasajeros del colectivo.

Aún la mujer sentada al costado de Roberto no sale de su asombro, está profundamente impactada, su corazón late fuertemente, quiere emitir algún reclamo, pero no es capaz de decir ninguna palabra.

El chofer comienza a emitir explicaciones sobre su accionar, sin que nadie se las pida, se nota la culpa en su cara, dice que no le quedó otra opción, que pudo ser mucho peor para ellos si trataba de esquivar al perro.

Roberto siempre había visto animales muerto a la orilla del camino, perros grandes, medianos y pequeños; gatos, y ratones. Pero esta vez el cadáver del quiltro provoca una sensación de vacío que el Joven no puede ignorar.