La estación San Pablo del metro, es la primera de la zona poniente de la capital, los carros parten vacíos, se abren las puertas, y las pocas personas que esperan en el anden suben a los vagones, me siento frente a la puerta, coloco mi mochila en el asiento de al lado, respiro hondamente y siento el cansancio en mis músculos. Observo la ventana que está al acostado de la puerta mecánica, en ella se refleja mi rostro, centro mi atención en mis ojeras, parecen que cada viaje que hago éstas se pronuncian más en mi cara, el viento que entra por las rendijas del vagón mueve mi cabello, no luzco bien, nadie a mi alrededor parece lucir bien, ¿será la hora?, ¿La rutina?, ¿El trabajo?, No sé, pero todos avanzamos al ritmo del tren. Las personas entran, se aglutinan y salen en cada estación, los que continuamos al interior del metro nos ignoramos, de vez en cuando nos miramos de reojo, lo importante es avanzar, es el karma del viaje, supongo, que como ciudadanos urbanos debemos ser obedientes con el ronronear incuestionable de la cuidad que nos arrulla en sus faldas. Me bajo del tren subterráneo para dirigirme al bus que me lleva a mi comuna, tengo sueño, me duelen los pies, camino por la estación, esquivo la gente, hago la fila, pago el boleto, me siento en el costado izquierdo del bus al lado de la ventana, y duermo hasta llegar a casa.
Mi voz apenas sobrevivió al día de ayer, tomo unas pastillas de papaya. En el salón, los profesores fuman, toman café, se pasean, algunos conversan, otros sólo fuman y toman café, yo sólo tomo agua y mis pastillas de papaya, ellos toman café y fuman, la pieza esta llena de humo, otros buscan libros de clases, tocan el timbre, y cada uno hace sus cosas, se toman su tiempo y salen al patio.
Susurro la lista del 3ºG, nombre por nombre, no me toman mucho en cuenta, pero eso no me quita el sueño, dejo fluir los acontecimientos, todos los alumnos están un poco programados a ciertos estímulos. Comienzo a escribir en la pizarra, y el silencio vuelve al aula, algunos alumnos me preguntan si se escribe en el cuaderno (escríbalo en la mesa, ¡no, menso! ¡En el cuaderno donde más!, Pero debo ser cortes) yo le contesto que si, doy instrucciones y me paseo por la sala, tratando de cazar las preguntas de los incautos, situación que me divierte, me encanta contestar sus dudas. Todo fluye. Fin de la clase.
Todo caminó sobre ruedas, hasta el tercer bloque. Me toca con los energúmenos del 4ºG, un curso de especialidad electrónica, son puros hombres y una mujer. Es un caos desde el principio, Padilla, Muñoz, Muñoz González, Segovia, el Negro Cáceres y el enano Gutiérrez, siembran la distorsión. Los perlas no quieren entrar a clases porque desean ver a las minas haciendo educación física, los convenzo para que entren. Mientras escribo en la pizarra se tiran papeles, los amenazo con anotaciones, pero no los anoto, no quiero, solo quedan dos días más, aunque sean unas bestias, no deseo manchar sus hojas, no es mi intención perjudicarlos, no quiero transformarme en juez en este parte. Como siempre Cáceres y el Boris Muños G. Se intentan golpear, yo los detengo, evito gritar, todo lo hago con señas, mi cabeza quiere explotar, sigue el vértigo. Otros alumnos en una esquina de la sala hablan de negocios (los negociantes del 4ºG se dividen en dos grupos, los Piratas, los cuales se dedican a la venta y distribución de películas, softwear y discos piratas, el segundo grupo son los Narcos, dealers del barrio, venden marihuana, pasta y jales), el confianzudo del enano Gutiérrez me ofrece mercancía, cogollos de marihuana, yo lo llamo a terreno, ¡ubíquese joven, soy el profesor!¡ Sabe que por una insinuación como esta lo pueden suspender del colegio!, Si profesor, -contesta Gutiérrez sin mostrar arrepentimiento-, entonces Gutiérrez no haga preguntas tontas porque le puede ir mal. Pareciera que estos jóvenes no le tienen miedo a nada, son cara dura, antes de entrar a clase el negro Cáceres le pedía a una niña de un curso de parvulario que dejara a su novio y se fuera con él, -¡yo soy un hombre, a mí no se me cae, estoy siempre firme!- dice Cáceres, estos hueones ostentan su supuesta hombría sin importarle quién está delante de él, y son más altaneros si se encuentran delante de las compañeras de otros cursos, yo sólo lo observo y les hago señas de calma cuando la situación lo amerita. Sin darme cuenta evito un intento de conato entre Boris Muñoz y un negro con peinado agro-metal, este último le lanza una patada, la cual da con el objetivo, me cruzo entre ellos, mi adrenalina sube, los separo, los otros compañeros me dicen que no tenga miedo, que no me urja, que todo es en buena onda, que los loco están jugando, que son amigos, si hasta trabajan robando juntos, yo me mantengo firme entre estos dos jóvenes, lo reconozco he perdido esta batalla, ¡quiero que toquen el timbre, ya!.
Mi voz apenas sobrevivió al día de ayer, tomo unas pastillas de papaya. En el salón, los profesores fuman, toman café, se pasean, algunos conversan, otros sólo fuman y toman café, yo sólo tomo agua y mis pastillas de papaya, ellos toman café y fuman, la pieza esta llena de humo, otros buscan libros de clases, tocan el timbre, y cada uno hace sus cosas, se toman su tiempo y salen al patio.
Susurro la lista del 3ºG, nombre por nombre, no me toman mucho en cuenta, pero eso no me quita el sueño, dejo fluir los acontecimientos, todos los alumnos están un poco programados a ciertos estímulos. Comienzo a escribir en la pizarra, y el silencio vuelve al aula, algunos alumnos me preguntan si se escribe en el cuaderno (escríbalo en la mesa, ¡no, menso! ¡En el cuaderno donde más!, Pero debo ser cortes) yo le contesto que si, doy instrucciones y me paseo por la sala, tratando de cazar las preguntas de los incautos, situación que me divierte, me encanta contestar sus dudas. Todo fluye. Fin de la clase.
Todo caminó sobre ruedas, hasta el tercer bloque. Me toca con los energúmenos del 4ºG, un curso de especialidad electrónica, son puros hombres y una mujer. Es un caos desde el principio, Padilla, Muñoz, Muñoz González, Segovia, el Negro Cáceres y el enano Gutiérrez, siembran la distorsión. Los perlas no quieren entrar a clases porque desean ver a las minas haciendo educación física, los convenzo para que entren. Mientras escribo en la pizarra se tiran papeles, los amenazo con anotaciones, pero no los anoto, no quiero, solo quedan dos días más, aunque sean unas bestias, no deseo manchar sus hojas, no es mi intención perjudicarlos, no quiero transformarme en juez en este parte. Como siempre Cáceres y el Boris Muños G. Se intentan golpear, yo los detengo, evito gritar, todo lo hago con señas, mi cabeza quiere explotar, sigue el vértigo. Otros alumnos en una esquina de la sala hablan de negocios (los negociantes del 4ºG se dividen en dos grupos, los Piratas, los cuales se dedican a la venta y distribución de películas, softwear y discos piratas, el segundo grupo son los Narcos, dealers del barrio, venden marihuana, pasta y jales), el confianzudo del enano Gutiérrez me ofrece mercancía, cogollos de marihuana, yo lo llamo a terreno, ¡ubíquese joven, soy el profesor!¡ Sabe que por una insinuación como esta lo pueden suspender del colegio!, Si profesor, -contesta Gutiérrez sin mostrar arrepentimiento-, entonces Gutiérrez no haga preguntas tontas porque le puede ir mal. Pareciera que estos jóvenes no le tienen miedo a nada, son cara dura, antes de entrar a clase el negro Cáceres le pedía a una niña de un curso de parvulario que dejara a su novio y se fuera con él, -¡yo soy un hombre, a mí no se me cae, estoy siempre firme!- dice Cáceres, estos hueones ostentan su supuesta hombría sin importarle quién está delante de él, y son más altaneros si se encuentran delante de las compañeras de otros cursos, yo sólo lo observo y les hago señas de calma cuando la situación lo amerita. Sin darme cuenta evito un intento de conato entre Boris Muñoz y un negro con peinado agro-metal, este último le lanza una patada, la cual da con el objetivo, me cruzo entre ellos, mi adrenalina sube, los separo, los otros compañeros me dicen que no tenga miedo, que no me urja, que todo es en buena onda, que los loco están jugando, que son amigos, si hasta trabajan robando juntos, yo me mantengo firme entre estos dos jóvenes, lo reconozco he perdido esta batalla, ¡quiero que toquen el timbre, ya!.