Estaba pasando un mal momento laboral y emocional cuando tomé la decisión de ubicar nuevamente a Helena.
El día que la conocí me asusté por la química que hubo entre nosotros, me comporté como un verdadero idiota, escapé igual que eso galancetes de tercer enjuague, esos que aparecen en las películas huyendo de las habitaciones de sus amantes ocasionales pues les aterra el compromiso y temen dejar de ser unas maquinas sexuales. Lo recuerdo y aún experimento rabia, me comporté como un estúpido, sentí miedo al ver su cuerpo desnudo al lado mío, pensé que no había sido el amante que ella esperaba, pensaba que el rechazo no tardaría en llegar, la angustia me consumía, el techo blanco en cualquier minuto se abalanzaría sobre mi cara, escupiéndome la rabia de las ciudades trasnochadas, no esperé más a pesar de la atracción física que me provocaba Helena, le posé la mano sobre los hombros, ella despertó por la baja temperatura de mi piel, me miró a los ojos y le dije adiós justo después de darle un leve beso en los labios y recogí mis calzoncillos y polera, para salir silenciosamente de la casa.
Cuando tomé el teléfono, por mi mente pasaban miles de ideas, pero existía una que se sobreponía a las demás. Me urgía madurar y tener algo de estabilidad emocional, ya no podía hipotecar mi vida en cada noche de juerga, las últimas de mis lecciones trasnochadas había calado muy hondo en mi ser. No era para menos, no es agradable ser el enemigo de todos en el único bar del pueblo.
Esa noche partí al bar con la clara misión de seducir a una chica. Me senté en la barra y comencé a beber, esperando una señal, alguna mirada que me permitiera actuar, de pronto apareció un antiguo guardia del local, este tipejo me había amenazado con golpearme simplemente porque una vez su novia me acosó y me llevó a rincones oscuros de una fiesta Rave y se aprovechó de mi cuerpo entre unos matorrales, como buen scout me resistí pero no pude negarme. Ver su cara me indigestaba, sentí un impulso irrefrenable de beber vodka, sabía que eso causaría estrago en mi sistema nervioso central y que despertaría un efecto inmanejable debido a mi consumo de pastillas traviata. Odiaba a ese guardia mal agestado, bebí y se me apagó la tele. Simplemente recuerdo que caminaba hacia mi casa y tres tipos salieron a mi encuentro, me dijeron- no te gusta hacerte el galán con las minas de otros- y me lanzaron un combo a la nariz, al levantar mi cara ensangrentada, vislumbre la posibilidad de acertar un puñetazo en la cara para uno de mis agresores, lo derribaría de seguro, pero que hacia con los otros dos, esa era la señal para una golpiza segura. Pedí una tregua, pero me ignoraron, comenzaron a lanzarme puntapiés, mientras caminaba y los esquivaba con gran maestría, cuando pensé que la situación se había calmado y que los matones se habían rehusado a mi golpiza y comenzaban su retirada, uno de ellos apareció desde las sobras y me empujó por la espalda en dirección a un canal que estaba en la orilla del camino. Resultado llegué todo mojado a casa el día más frió del invierno y con una fractura en la naríz.
Conclusión: estaba harto de problemas.
Pensé en Helena como una salida a mis dificultades, ella es tan linda y simpática, es verdad que tiene un hijo y que eso me atemoriza, pero por qué no lo intento. La llamé para invitarla a salir. Ella aceptó. Nuevamente nos juntamos en Bellavista, después de unos completos, dos horas de conversación y dos cervezas Escudo de litro, nos volvimos a besar.