miércoles, abril 02, 2008

Carcacha devil rock and roll (Parte IV)


Aún era temprano, pasamos a un parque de diversiones que está justo en la entrada de la calle Pinomar, las personas comenzaban a retirarse a sus casas, rondamos el lugar, luces escuálidas colgadas por todos lados, un viejito de cabeza nevada y percudida cotona color azúcar flor vendía en una esquina confites, maní confitado y algodón, alrededor del anciano todo daba vueltas, las maquinas parecían tener vida propia: el carrusel, los autos locos, el barco pirata, los caballitos, el tiro al blanco, los monos porfiados y el bingo adquirían una belleza que escapaba a mis ojos, divertirse, dar vueltas y vueltas, solo eso parece tener sentido. Voy y compro un maní salado, me siento frente a los autos locos y espero.

El Santos sale corriendo detrás de una mujer para preguntar su nombre, saber donde estaba alojando y concertar una cita en la playa, siempre utilizaba el mismo libreto, no sé si le resultó alguna vez, pero el confía ciegamente en su técnica. El Gerardo y El Pedro también desaparecieron. Los espero, sé que me buscaran, soy pieza clave en su ajedrez, tengo a la reina entre mis brazos, además esos hueones no duran mucho sin un trago.

El trío de hueones me localiza. Subimos por una escalera de piedra que está en la entrada de la calle, a un costado de los Juegos, llegamos a un mirador del sector alto del Quisco, lugar que cuenta con una vista privilegiada de la playa. Encontramos un sitio eriazo entre dos casonas, es el lugar perfecto para preparar los tragos, saltamos una pequeña alambrada, bajamos la coca- cola y nos pegamos unos cortitos de pisco, observamos la playa, las estrellas se encontraban a nuestros pies danzando cadenciosas con las olas. Preparamos dos botellas de combinados, tragamos unos sorbos, dejamos atrás los destellos, el humo azul de los cigarrillos, las colillas, las estrellas, el mar y sus profundidades.

Cargando las botellas comenzamos a subir el cerro, de tanto en tanto nos detenemos a beber, nos demoramos alrededor de media hora en llegar a la entrada del bosque de Pinomar. El panorama no es nada alentador, el paisaje llama a la soledad, es un sitio oscuro con una gran cantidad de arbustos, nos detenemos a observar, no se escuchan ruidos, solo la tenue Luna nos hacía compañía, en un arrebato poético de hueón borracho pienso que la Luna es la única que nunca nos ha ignorado, levanto la botella y brindo por ella, ¡Salud!, mis compañeros también beben por ella, me gusta pensar que con ese acto sello un pacto de fidelidad con la señora inmaculada que gobierna todas la noches.

El Chamo y el Pedro se disputan la botella de combinado, como si diluyera la frustración de sus bocas, después de cada sorbo se llenan de alegría. El bosque es lo más parecido al limbo. Bebemos un poco más antes de seguir el camino entre los arbustos. Evitamos la basura y la mierda, nos escondemos detrás de pinos y eucaliptos, seguimos brindando. Bajamos por las laderas de un seco canal. Observo a mis camaradas y el rostro del Chamo que está desfigurado, supongo que a todos nos a cambiado la cara. Nos sentamos, terminamos una de las botellas y decidimos caminar por la espesura de un bosque. La maleza y las hojas crujen a cada paso, delatando nuestra presencia, el Santos iba en la delantera guiándonos, de pronto adopta la actitud del sargento veterano de las películas de guerra, avanzamos a su ritmo, obedecemos sus señales de silencio. Paletón escucha voces y ruidos, recorrimos el bosque en marcial orden.

-¿El trago nos esta pasando una mala jugada?.

Divisamos dos fogatas, nuestros corazones comenzaron a latir con ímpetu, la luz del fuego incendia nuestras pupilas. Santos el sargento, ordena al cabo paletón y al soldado raso Chamo acercarse al objetivo e investigar la zona. Al volver decidimos renunciar a cualquier estrategia de asalto, nuestro objetivo no tenia valor y es altamente arriesgado para nuestras capacidades, la situación es la siguiente: tres mujeres y como ocho hombres, todos sedientos, alegres y volados. Llegamos al final del bosque sin encontrar nada, subimos a la calle, con dirección desconocida, ¡mis pies no dan más!, pero los zombis de mis compañeros no se detienen, mi boca lanza afilados comentarios para tratar de revivir a estos muertos, estupidez tras estupidez, pero mis letrados amigos no hacen caso a mis comentarios idiotas que tanto los enardece. Cada paso que doy en un calvario, pero no paramos hasta cruzarnos con una plazoleta de nombre Luis Sanfuentes.

-¡Robemos un auto para bajar y llegar luego a casa¡- digo aburrido.

6 comentarios:

Mata Hari dijo...

Ja! Me encantasn sus Historias tan realistas...

Me imagino haciendo cosas por el estilo.

Saludos estimado

Tau!

.].ëXh!B¡ç¡øN!§Ta.[. dijo...

No sé cómo llegaste a mi blog, ha de haber sido una casualidad... y ahora me alegro de que existan tales.

Qué delicioso estilo, conjuga la belleza rebuscada de los vocablos poco comunes y la brutal sinceridad cotidiana.

Un gusto.


Besos tibios.

.].ëXh!B¡ç¡øN!§Ta.[. dijo...

Eso sí... hay que estar MUUUUUUUY curao para brindar por la luna... jjajjajaj

Bueno, al menos veías sólo una, yo tuve un amigo que lloraba ebrio porque le daba pena darse cuenta de lo mal que estaba al tener la capacidad que ninguno de nosotros tenía: veía tres lunas.

MM1 dijo...

Casi como una aventura de los 3 chiflados jejeje

Clau dijo...

no te preocupes de cura he brindado por marcianos jajaj
saludos galacticos

BELMAR dijo...



MÁS QUE "TOCADO", EL PROBLEMA DE KEITH ES SER UN ROLLING STONE...


«Si las puertas de la percepción se abriesen, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito.»