Serán seis días, -dijo
el director-, no pregunté por el sueldo, solo acepté. Me presento el día
viernes a trabajar. Entro a la secretaría de Dirección, la secretaria me indica la entrada de un pasillo y doy de frente con una sala, en su
interior se encuentran cuatro señoras, me observan, me saludan, me
acerco tímidamente, me preguntan lo típico, ¿de qué Universidad venía?, ¿Mi
nombre?, ¿Dónde vivía?, -conteste sus
preguntas, haciendo hincapié que vivía en Peñaflor-, a los Santiaguinos les
parece exótico que uno viva fuera del cordón urbano, eso te da un aire de
sacrificio, que provoca simpatía en la gente, nunca he sabido el por qué pero lo aprovecho. Me siento en un sillón frente a un televisor y espero
que toquen el timbre.
Los profesores comienzan a
ocupar la sala, se mueven de un lado a otro, aprovechan el tiempo para hablar
de temas triviales, graciosos, el resto
se deslizan por la sala, toman y dejan libros de clases hasta dar con el
correcto, como si fuera un ritual de iniciación, dejan pasar los minutos. Llega un asistente del inspector y los
motiva a que salgan al patio, algunos
docentes lo ignoran, pero la mayoría acepta su realidad y sale en busca de sus
cursos.
La formación se demoró
veinte minutos, paso con el 3º A, en dirección a la sala once, los jóvenes caminan lentamente y revolotean por el pasillo del
segundo piso, algunos me pregunta quién soy, yo los hago pasar y le contesto que ya responderé a sus dudas.
Los Jóvenes me observan,
esperan que abra la puerta de la sala. Nervioso introduzco la llave en el
candado, giro la llave a la izquierda y después a la derecha, no abre, algunas
gotas de sudor aparecen por mi frente, los alumnos continúan observándome, (
¿se cuestionarán lo torpe que soy con las llaves?, ¿ Pensarán que esa es una
pequeña muestra de mi debilidad?), giro la llave con fuerza de una lado a otro
hasta que el candado cede, me pongo de pie y con un brazo levanto la barra
de metal que atraviesa la puerta, me coloco a un costado, los jóvenes por fin
entran a la sala.
¡Atención por favor!, mi nombre es Roberto Carballo, soy profesor
de Historia del Pedagógico y reemplazaré a don Claudio Martinez, él sufrió una
angina, a los que se preguntan que es eso, les cuento que es una obstrucción a
una arteria coronaria, o sea, del corazón( me siento algo torpe al hacer ese enfasís, corazón, pero nadie se sintió ofendido). El tiempo que reemplazaré a don
Claudio depende de su recuperación, talvez sean seis días o un mes, eso no lo
sé. Esa fue mi parca presentación, la cual repetiría con todo los cursos en que
asumiera la cátedra. Después de este
primer acercamiento lo de siempre, pasar la lista, disfrutar la calma, (la tensa calma antes del enfrentamiento, donde cada uno mide al rival) y
desarrollar la actividad pedagógica planificada. En este caso no tenia ninguna,
así que reviso sus cuadernos, para mí sorpresa
no tenían materia escrita, miro el libro de clases, está en blanco. Les
hablo de Historia, trato de motivarlos con mis apreciaciones. Acordamos un
pacto de no agresión, ellos conversan en sus puestos y yo intento solucionar el
dilema de la planificación de los contenidos, el cual se presenta como una
monstruosa muralla, en dos días, debo armar material pedagógico para recuperar el tiempo perdido del mes anterior, en casa pensaría que haría para la próxima clase.
Por ahora me rasco la cabeza, mientras
ellos conversan, dibujan y escuchan música en los audífonos de sus celulares, no queda otra
alternativa que pasearse por la sala, vigilar y tratar de conversar con los
alumnos.
Segundo bloque de la mañana
y me enfrento a un ataque de risa de un alumno del 3º H, su nombre es
Johan, lo llamo al orden, pero
sigue riendo junto a su compañero, le
pregunto la causa de su risa, pero sus carcajadas no paran, no me queda más remedio
que echarlo de la sala de clase. Pienso que esta acción me asegura el respeto
del resto del curso, pero el compañero de asiento de Johan continua con la
risa, lo miro a la cara y observo un gran chichón que cubre la mitad de su
frente, esta anomalía cutánea resalta aún mas con su pelo tieso y puntiagudo.
¿Cuál es su nombre joven?
-Carlos Vásquez, profesor.
-por favor salga de la
sala-, digo calmadamente.
Inquisitivamente
observo al curso, están es silencio, simulo una anotación en el libro de
clases, me dirijo hacia la puerta, enfrento a los dos jóvenes risueños, estos ya
habían dejado de reír, sus rostros están
rojos, miran al suelo y tratan de esbozar una disculpa, con mi mano trato de
atraer su atención y conciliar un
silencio que me permita ordenar las ideas.
-¿Por qué te
reías?
- lo que pasa Profe es que
se estaban burlándose de usted.
-¡Pero eran ustedes lo que se reían de mí!
- es que no lo pudimos
evitar profesor.
- ¿bueno y que dicen mí?
-lo que pasa Profe, es que
usted se parece a Chocman.
-¿y eso es todo?- digo desilusionado.
(Para tratar de llegar a
un consenso, y mostrar mi benevolencia improviso un discursillo celebre sobre
la tolerancia y el respeto).
Saben, yo como profesor respeto a todos los alumnos,
a ustedes les he demostrado mí respeto y
por esa razón exijo el mismo trató. No
me costaría nada burlarme de usted y de los alumnos en general, porque
debo estar sobre esas pequeñeces, para darle un ejemplo (señalo con la palma de
mi mano la humanidad de del primer risueño) estoy seguro que le hacen bromas por su nombre, Johan.
-Si profesor- dice Johan.
Yo podría utilizar esa
situación para intimidar al curso, pero eso no lo haré ni usted ni con nadie,
yo no me aprovecho de las inseguridades ni de los defectos de los alumnos.
Espero que escuchen con
atención estas palabras, para mí lo más importante al interior de la sala es el
respeto y espero que no rompan esta regla, porque tendré que tomar medidas.
- Si profesor, disculpe, no
lo volveremos hacer- dicen los dos jóvenes.
-Bueno,
espero que su comportamiento cambie, porque en una segunda ocasión no
seré comprensivo. ¿Queda claro?
-¡Sí profesor!- contestan
arrepentidos los jóvenes.
-Espero que se comporten mejor de ahora en adelante, porque para mi seria
fácil tomar represalias y mandarlos a
la inspectoría y anotarlos en el libro, pero esa no es la idea.
- ¿estamos de acuerdo?
-Si profesor- responden
cabizbajo los alumnos.
-disculpe profesor, no era
nuestra intención- dice el joven del furúnculo en la frente.
-¡Les voy a creer!, por
favor vayan a lavarse la cara y vuelvan a clases.
Después de mi mensaje
redentor, las palabras de estos niños asumían un eco en mi cabeza, esas
vibraciones me molestan de sobremanera, escucho una y otra vez sus voces
monocordes diciéndome ¡sí profesor!, ¡Sí profesor!, ¡Disculpe no era nuestra
intención!, Sus disculpas me ofenden más
que sus risas, a pesar de observar un genuino arrepentimiento en sus ojos, sus
¡sí profesor! Me llenan de una sensación de vacío que no puedo ignorar.
La gracia de este inesperado vacío me revela
sorpresas, no llevo ni cuatro horas en
el colegio y ya fui bautizado con mi primer mote, Chocman, en cierto sentido es
gracioso, en verdad me parezco a ese famélico héroe de los bizcochos cubiertos de chocolate, mi cuerpo es delgado, y poseo una prominente nariz, al igual
que el susodicho, en lo único que se equivocaron mis nuevos alumnos es que no
usó malla, tampoco antifaz, además soy mucho más musculoso y guapo que ese
enclenque monigote de los comerciales. Pero mis conclusiones a ellos les
importan un carajo, ya dictaron
sentencia, no queda más remedio que
padecer la condena de ese apelativo.
Terminé mi primera jornada,
cada uno de los cursos que tomé durante la mañana me presentó una situación
similar a la anterior, carencias de contenidos, de interés, y problemas
conductuales. La rutina sólo es quebrada por los desagradables detalles, que
para cosas de convivencia estudiantil no son detalles, son situaciones de vital
importancia.
Durante la tarde del sábado sufrí un pequeño ataque de ansiedad, que
mejor que salir a beber unas copas con los amigos, volví temprano, con la
intención de jugar fútbol el domingo y
tener una gran actuación deportiva, tal vez de esa forma me sacaría la tensión
del cuerpo, pero en pleno encuentro deportivo tuve que salir por un dolor de estomago,
mi equipo perdió, mi salida del campo de juego no se produjo por la ingesta
alcohólica de la noche anterior. Según mi padre estos malestares eran producto
de la presión de la semana, ya que
presenté mi examen de grado el
miércoles, terminando un proceso siete años, en el cual obtuve nota siete en la
defensa de la tesis, no podía esperar menos calificación, estuve dos años
escribiendo esa obstinada memoria sobre organizaciones de obreros anarquistas.
¡Ya soy un profesor titulado!, además debía adicionar el repentino ingreso al
mundo laboral en el Complejo educacional Luis Durand de la comuna de Lo Prado,
un colegio de fama conflictivo, para mi viejo esta era razón suficiente para
tener hecho bolsa el estomago. Para mi
madre la razón de mi malestar es más simple, me había agarrado una gripe de
puta madre, según ella esto me sucede porque salgo de noche y llego a casa al
alba. De la cancha llegue pasado las seis de la tarde con dolor de cabeza,
garganta y estomago, por prevención pase
a la farmacia por provisiones y llene
mis bolsillos de aspirinas y anti gripales, prendí el televisor como pude, improvisé en una hora las actividades de la
clase y me acosté como a las nueve.
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