martes, enero 02, 2007

Su último día


El Sabía que algún día este momento llegaría. Supongo que lo imaginó más de mil veces, pero la realidad fiel a su sentido de justicia y severidad se encargó de desengañarlo, rompiendo la fragilidad de sus certezas.

Era un día de enero, el cuarto del año que recién comenzaba, hacia calor, la temperatura bordeaba los 30º centígrados. La puerta del comedor se abrió a eso de las 3:40 de la tarde, fue extraño porque mi Padre acostumbraba llegar a las 4:30 del trabajo.

Él se cruzó por delante de mi pieza sin mirarme, no saludó a mis hermanos que estaban frente al computador, ellos tampoco lo tomaron mucho en cuenta porque veían una película de animé. Cargaba consigo una bolsa de plástico que contenía un par de cotonas blancas y muchos papeles, dejándola sobre la mesa, yo me levanté de la cama con mi torso desnudo y sudoroso, gritando a toda boca -Papá por qué llegaste a esta hora-, él me miró con sus ojos enrojecidos ( siempre los acostumbraba a tener así, parece que era por causa de la hipertensión), pero ese día su rostro no lo acompañaba, tenía un gesto triste, él levantó su mano derecha, la cruzó hacia su hombro izquierdo y la deslizo paralelo a su torso, atravesándola por el medio de su cuello, señalando que estaba sentenciado, como si fuera a morir, y lo entendí todo.

-¿Papá te despidieron?.

Esquivando mis ojos, cerró los suyos y movió la cabeza en señal de afirmación, después se dio la vuelta y se dirigió a la pieza de mi madre. Ella como era de costumbre a esa hora de la tarde estaba viendo las teleseries. Lo miró y le preguntó – ¿Qué pasa Viejito?- él con un esfuerzo extraordinario y arrastrando con fuerza las palabras que no quería pronunciar, lo dijo – Me Echaron- y se largó a llorar, soltando su pecho henchido de emociones. Ella lo miró enternecida, lo abrazó con una fuerza ajena a la juventud y lo consoló diciendo – No importa viejito-, en ese momento yo también lo abrasé, pero no pude decir nada.

Al escuchar el llanto mis hermanos se acercaron y también lo abrazaron. Después de calmarse, comenzó a sacar sus papeles y utensilios que ocupaba en el trabajo, mientras contaba detalles de su desvinculación de la empresa, y como habían despedido a ciento cuarenta personas y que de su departamento había quedado reducido a la mitad, mi madre trataba de esgrimir argumentos, que redujera el desconsuelo de nuestro apenado sostén

-Esa Empresa nunca más volverá a ser lo que fue con los gringos, por eso es mejor que te hayan echado ahora antes que quebrara- dijo mi madre, quién también había trabajado ahí por más de 27 años.

- Si tienes razón –dijo mi padre- esta fabrica esta destinada a transformarse en una bodega, ya no se puede competir con los zapatos hechos en China.

-sipo, si esos hueones trabajan por un plato de arroz- dijo mi hermano Patricio.

Mi hermano José intruseaba la bolsa, revisando el contenido, leyendo distraídamente los papeles, las colillas de sueldo, jugando con el filo de una chaveta, estirando la cinta de medir, como si entre esos objetos fuera a encontrar un paquete de galletas que saciara su hambre, mientras que yo no podía dejar de pensar que mi padre trabajó 48 años de su vida en esa empresa de Zapatos.

Él comenzó a ganarse la vida a los 14 cuando entró de interno a la escuela de calzado que la fabrica tenia dedicada a capacitar a sus trabajadores, política iniciada mediado de los años cincuenta y que tan sólo duró una década.

Mi padre, trata de no demostrar su tristeza, pero es imposible, quiere dar la impresión que las cosas están en orden, que tiene todo planificado, que esta decisión de la empresa estaba entre sus cálculos, que es un proceso lógico, y que mañana estará mejor. Pero sus ojos lo delatan, lagrimean sin querer, esta imagen de mi progenitor no hace más que torturarme, me siento culpable, a pesar del orgullo que él siente por mí. Sin embargo, yo me siento como un vago, un inútil que no es capaz de encontrar trabajo en lo que estudió, que vive de peguitas ocasionales, que solo me alcanza para comprarme un polera, un pantalón y un par de cervezas los fines de semana. En marzo voy a cumplir dos años de cesantía, a pesar de aquello me sentía tranquilo, porque tenía un padre generoso que ahora esta cesante.

Aunque lo intenté con una avalancha de repentinos pensamientos optimistas una sensación bizarra me invadió el corazón, mezcla ácida de frustración y un respeto inconmensurable por él dolor ajeno. Situaciones como estas me hacen colocar todas las cosas en contexto, profundizando el silencio que siento cuando enfrento el rostro de mi Padre.

Cuando miraba sus enrojecidos ojos, humedecido por sentimientos que yo no soy capaz de dimensionar, no pude experimentar más que temor. ¿Qué ha sucedido en eso cuarenta y ocho años de trabajo?, ¿Qué situaciones han ocurrido?, ¿Ha sido feliz?, ¿Ha sufrido?, ¿Cuántas decepciones ha tenido que soportar?, Realmente frente a ese misterio me siento disminuido, ignorante, y me doy cuenta que desconozco una faceta de la existencia de mi padre, una vida que me ha sido invisible.

Solamente se me han enunciado vagos titulares de un puzzle que talvez nunca pueda solucionar.

5 comentarios:

Claudia Castora dijo...

Pero no es la muerte negro, esa si que no tiene vuelta.
Y por más ojos rojos que tenga, que se la llore a solas, que se pregunte mil tonteras sin jamás llegar a nada, por más que se le desgarre la vida y que a la hora de los balances no saque mucho en limpio, sigue vivo. Y aunque te parezca uana levedad es al final lo más (lo único) verdaderamente importante.
Por lo demás, usted ni se cuestione ni se castigue, procure llenarlo de amores y seguir viviendo con la felicidad de tenerse los unos a los otros.
Será un buen año éste negrito, como que me tinca.

Tremendo abrazo, felíz 2007

Marlencita... conquistando el universo dijo...

Ni sé como llegue acá.... y no creo que exista formula para consolar...

Unknown dijo...

nunca se cómo comentarte profe... eres demasiado convincente. no se si es verdad o si es un cuento... :S

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Claudia Castora dijo...

No mueras Carvallo,
es que me sonó a despedida el comments, al menos si te vas deja el blog suspendido para venir a traerte flores a la tumba.
Avisa.

Besos