sábado, julio 02, 2005

RECUERDO VELADO DE UN ALCOHOLICO . ( segunda parte y Final.)

A veces recuerdo esto con vergüenza, por qué hacer chiste del desvalido, que estúpidos éramos, si uno debe reírse de alguien debe ser de los afortunados, aunque Santiago decía que lo nuestro no era una burla, sino un homenajes para esos ebrios desamparados, aun así su respuesta no me convencía.

Siempre me he cuestionado como podíamos pasar de lo sublime a lo vulgar, recuerdo una noche que estuvimos bebiendo con Santiago y Alejandro, con los diarios que los botiqueros envolvían las botellas de licor confeccionábamos unos barcos de papel que lanzamos encendidos a un canal de regadío y veíamos como se consumían en su lecho, conversamos de filosofía clásica, de los presocráticos y de los problemas del ser, y momentos después les robábamos a los jóvenes figuritas de Discotecas los autos de Papá para dar una vuelta por ahí y dejárselos estacionado en otro lugar. A veces me sentía orgulloso de estos recuerdo y otras veces simple ignominia, lo único que tenía certeza que me gustaba caminar por las calles con mis amigos.


Después de deambular por la callejuelas céntricas de Peñaflor, siempre terminábamos en el puente de “la Fama”, ese era nuestro bar al aire libre, la morada de nuestras reuniones etílicas de fin de semana, en él conversábamos de nuestros proyectos, de cómo nos iba en el primer año de Universidad, de las mujeres, de peleas, de nuestras hazañas seudodelictuales y cuando estábamos muy aburridos hablamos de Fútbol. Pero lo que no faltaba nunca era la historia de Karfulen. No sé cómo, pero siempre se las arreglaba para salir al ruedo. Talvez porque era del barrio, y aparecía imprevistamente como un fantasma. Me acuerdo una vez que paseaba a un kiltro blanco con manchas negras que le faltaba una pata trasera, o la ocasión que Karfulen pololeaba con una viejita alcohólica que carecía de todos su dientes delanteros, que arrastraba unas mantas sucias como una bruja de cuentos medievales, pero eso a él no le importaba, caminaba tomado de su mano sin complejos, hasta la besaba lerdamente en sus labios partidos por el vino. Para Santiago él era un ídolo y cargaba a Gabriel diciéndole – mira hueón hasta Karfulen tiene una vida sexual más activa que la tuya- comentario que sacaba risa en todos, menos a nuestro amigo.

Una noche Karfulen llegó al puente de la Fama como si fuera unos más de nosotros, saludó cortésmente y pidió un trago, Santiago alzó su brazo ofreciendo la botella, nuestro invitado bebía y Santiago nos hizo un gesto que todo estaba bien, en ese instante comprendí lo que venía, el no siempre comprendido instinto de “Alfredo Lamadrid” de Santiago. Comenzó con preguntas triviales, y no sé si fue su talento de entrevistador o el ardor del licor, pero el viejo comenzó a hablar y a contarnos cosas de su vida, pero de todo lo que relataba comprendíamos sólo la mitad, por eso, Gustavo y Alejandro fueron a comprar más pisco, en una de esa la embriaguez nos permitiría comprender el dialecto “karfulinguistico”.

-Mie , ute, me ve aquí, curao, tomondo a su lao, pero iono jui siempre achi, uhho un tempo en que yo tanbién jui una penosa honraá, túe familia y un guen trabajo- dijo Karfulen

-¿Y donde esta su familia?- preguntó Santiago.

-se jueron.

- ¿y no ves a nadie?

- mi miji... hhija, ela he profeso... ra- dijo karfulen con sus ojos enrojecidos.

La historia de Karfulen era como la de muchos borrachos, que acongojados y llorosos contaban su testimonio en televisión en programas de reportajes o de ayuda a la comunidad. Igualmente nos tenia hipnotizado, esta no era una historia que habíamos inventado para animar nuestras veladas, esta extrañamente sonaba a verdad, aunque la mayoría de los borrachos cuentan cualquier cosas con tal de tomar un trago. Nadie podía recordar tantos detalles si fuera mentira, pegarse saltos temporales a diestra y siniestra, fue tanto el vértigo y trapósidad de sus palabras que nos había convencido.

Bajó la cabeza y encendió un nuevo cigarrillo, fue el impulso que necesitaba para continuar su relato, para ser sincero no tenia nada de extraordinario. Era una crónica más de un paseo de familia, donde Karfulen paseó en bote junto a su hija en un lago del sur, esa fue la última vez que ella le dijo que lo quería.

De esa noche no recuerdo mucho, como lo podría hacer, tanto licor, palabras inconexas, se presentan como una muralla insalvable para el recuerdo, además la lengua traposa de Karlufen llamaba al olvido.

Pero recuerdo su rostro, los surcos de su cara, el gesto de pena y arrepentimiento que tenia su cara al hablar.

Recuerdo su ojos llenos de riachuelos de sangre, que cruzaban un marco amarillo, que absorbía las lagrimas que abundaban en su plasma y que se cerraban con el humo azul de los cigarros.

Recuerdo que tuvo una hija, a la que veía esporádicamente.

Y recuerdo que Karfulen no era el hombre orgullosamente borracho que yo pensaba.

1 comentario:

Roberto_Carvallo dijo...

jajaja, esperaba dar un mensaje más esperanzador...