La esperé por una hora cuarenta y cinco minutos en un vertice de la plaza Brasil. Parecía un taxi boy parado en la esquina, ansioso por abordar a un cliente. Pero no, la estaba esperando a ella. Nunca la había puteado tanto en toda mi vida. Ni cuando ella había terminado conmigo. Sentía una ansiedad tremenda, me sentía como un cretino. Ella se había tomado la molestia de invitarme a salir y en menos de una hora se había olvidado completamente de nuestra cita. No puedo sentirme de otra forma que no sea como un prefecto idiota.
Por los corredores de la fría plaza deambulan escasas personas, la mayoría transita hacia el jolgorio. Mi piel padece de la fría humedad del Santiago invernal, y justo aparece, Marina con su chaquetita ploma que combina elegantemente con un vestido negro ajustado. Cuando me saluda me regala una sonrisa picara y yo solo quiero matarla, se deshace en disculpas que prefiero ignorar. Subimos al departamento de su hermana, en el ascensor percibo un leve hedor a licor. Me comenta que estuvo bebiendo un trago con un amigo que conoció por casualidad en el teléfono, el desconocido marcó el número equivocado y logró entablar una conversación que ahora era la principal causa de mi plantón, además me comenta que el tipo es muy simpático, tal vez quiera provocarme celos, pero eso me cae como un ají en el orto. Trato de mantener el control de mis emociones, me muestro indiferente, como si me diera lo mismo lo que ella hace o deja de hacer. Me molesta su risita, su desfachatez y ese aparente misterio del cual hace gala, además hay que sumarle el hecho que me dejó esperando por más de hora y cuarenta minutos.
Saludo a Jessica, la acompaña un grupo de amigos que apenas cabe en el pequeño departamento. Me sirven un tragó de bebida. La mano me tiembla, aún estoy molesto y Marina sigue pidiéndome disculpas, y eso me irrita aún más, por eso le recomiendo que se deje de excusar. Ella me mira como si hubiera realizado una travesura y se sienta coqueta en un sillón. Me pregunta si nos quedamos, yo le digo que no.
Caminamos por la plaza Brasil hacia el este, juntos volvemos a recorrer las callejuelas del casco antiguo de este sector de Santiago. Ella me toma del brazo. Conversamos de nuestros comienzos, Ella trata de recrear nuestros primeros encuentros románticos en la Universidad, me relata acontecimientos que no guardo en la memoria, se emociona al recordar esos supuestos días donde éramos felices, recorriendo los rincones de nuestros cuerpos, explorando todos los abanico de nuestra juvenil sexualidad. Ella se acuerda de mi polera a rajas azules, esa que parecía de marinero, de las historias de vacas y potreros que inventé cuando la conocí, mostrándole el inexistente mundo salvaje de los Fundos Peñaflorinos. Ella enganchó de inmediato, era que no, sí le encantan los animales.
Iba a ser mi primera vez, me avergüenza reconocerlo, nunca había entrado a la discoteca Blondie. La morena de pelo corto quería divertirse, saldando una deuda del pasado, después de tanto tiempo me quería enseñar un sitio nuevo, según ella, esta experiencia podía cambiar mi visión de los locales nocturnos.
Ella pide una cerveza, yo en cambio pido un vodka tónica, nos sentamos en un rincón de la sala bar, en el otro extremo hay un tipo colocando videos antiguos de The Cure. El ruido me impide escuchar las cosas que Marina trata de decirme, acerco mi cara a la suya, y ella se desliza peligrosamente hacia mi oído contándome lo mucho que me ha extrañado, que aún no se a podido olvidar de mí, me recuesto sobre el respaldo de mi asiento y la observo con distancia, Marina no me decía cosas como estas cuando estábamos juntos, nunca pronunció la palabra “te quiero” frente a mis ojos, por qué ahora actúa de esta manera. Ella sigue hablando, yo la escucho atento, cuando me pregunta algo le contesto con monosílabos, porque tengo la sensación que si me explayo en mi respuesta no voy a dejar de hablar y a medida que avance el tiempo me voy a transformar en una persona monotemática, que aburriría hasta una monja, además me encanta como ella se expresa, sus movimientos, su voz, lo mejor que me puede pasar es que ella maneje la charla.
Por los corredores de la fría plaza deambulan escasas personas, la mayoría transita hacia el jolgorio. Mi piel padece de la fría humedad del Santiago invernal, y justo aparece, Marina con su chaquetita ploma que combina elegantemente con un vestido negro ajustado. Cuando me saluda me regala una sonrisa picara y yo solo quiero matarla, se deshace en disculpas que prefiero ignorar. Subimos al departamento de su hermana, en el ascensor percibo un leve hedor a licor. Me comenta que estuvo bebiendo un trago con un amigo que conoció por casualidad en el teléfono, el desconocido marcó el número equivocado y logró entablar una conversación que ahora era la principal causa de mi plantón, además me comenta que el tipo es muy simpático, tal vez quiera provocarme celos, pero eso me cae como un ají en el orto. Trato de mantener el control de mis emociones, me muestro indiferente, como si me diera lo mismo lo que ella hace o deja de hacer. Me molesta su risita, su desfachatez y ese aparente misterio del cual hace gala, además hay que sumarle el hecho que me dejó esperando por más de hora y cuarenta minutos.
Saludo a Jessica, la acompaña un grupo de amigos que apenas cabe en el pequeño departamento. Me sirven un tragó de bebida. La mano me tiembla, aún estoy molesto y Marina sigue pidiéndome disculpas, y eso me irrita aún más, por eso le recomiendo que se deje de excusar. Ella me mira como si hubiera realizado una travesura y se sienta coqueta en un sillón. Me pregunta si nos quedamos, yo le digo que no.
Caminamos por la plaza Brasil hacia el este, juntos volvemos a recorrer las callejuelas del casco antiguo de este sector de Santiago. Ella me toma del brazo. Conversamos de nuestros comienzos, Ella trata de recrear nuestros primeros encuentros románticos en la Universidad, me relata acontecimientos que no guardo en la memoria, se emociona al recordar esos supuestos días donde éramos felices, recorriendo los rincones de nuestros cuerpos, explorando todos los abanico de nuestra juvenil sexualidad. Ella se acuerda de mi polera a rajas azules, esa que parecía de marinero, de las historias de vacas y potreros que inventé cuando la conocí, mostrándole el inexistente mundo salvaje de los Fundos Peñaflorinos. Ella enganchó de inmediato, era que no, sí le encantan los animales.
Iba a ser mi primera vez, me avergüenza reconocerlo, nunca había entrado a la discoteca Blondie. La morena de pelo corto quería divertirse, saldando una deuda del pasado, después de tanto tiempo me quería enseñar un sitio nuevo, según ella, esta experiencia podía cambiar mi visión de los locales nocturnos.
Ella pide una cerveza, yo en cambio pido un vodka tónica, nos sentamos en un rincón de la sala bar, en el otro extremo hay un tipo colocando videos antiguos de The Cure. El ruido me impide escuchar las cosas que Marina trata de decirme, acerco mi cara a la suya, y ella se desliza peligrosamente hacia mi oído contándome lo mucho que me ha extrañado, que aún no se a podido olvidar de mí, me recuesto sobre el respaldo de mi asiento y la observo con distancia, Marina no me decía cosas como estas cuando estábamos juntos, nunca pronunció la palabra “te quiero” frente a mis ojos, por qué ahora actúa de esta manera. Ella sigue hablando, yo la escucho atento, cuando me pregunta algo le contesto con monosílabos, porque tengo la sensación que si me explayo en mi respuesta no voy a dejar de hablar y a medida que avance el tiempo me voy a transformar en una persona monotemática, que aburriría hasta una monja, además me encanta como ella se expresa, sus movimientos, su voz, lo mejor que me puede pasar es que ella maneje la charla.
- ¿Encuentras que estoy gorda?
- No para nada, estas estupenda, tu sabes que siempre te he encontrado riquísima.
- ¿Tu crees?
- Si estoy seguro.
Marina me muestra su pierna y se levanta la falda sobre sus rodillas.
- Mírame las piernas, ves, estoy súper gorda.
Deslizo unos de mis dedos y lo apoyo sobre una de sus piernas, y avanzo unos centímetros hacia arriba.
- Marina no me vas a convencer, estas riquísima.
Saco rápidamente el dedo de su pierna, como si ella fuera un auto nuevo al cual acabo de limpiarle una pequeña mancha y vuelve a tener la carrocería resplandeciente, pero en el fondo su piel me quema, ¿la distancia ha extraviado la confianza que existía entre nosotros, razón que me impide tocarla?, Quizás será que hoy me siento intimidado por el reencuentro, por la posibilidad bastante cierta que en el transcurso de la noche vuelva a experimentar cosas por ella. Que mentiroso soy, si desde el primer momento me he sentido atraído por Marina y eso es un factor que el tiempo no va a cambiar. Me siento listo, quiero tomarla de la mano, correr hacia un rincón, besarla, sujetarles las caderas y acercarla hacia mi pelvis, puntearla con mi pene que crece a cada movimiento suyo, sentir como se excita, contornearnos y besarnos hasta que ella caiga entre sollozo pidiéndome que la saque de ahí. Ella lentamente se tapa las piernas, ingiere un sorbo de cerveza y me dice que no quiere beber más.
- No para nada, estas estupenda, tu sabes que siempre te he encontrado riquísima.
- ¿Tu crees?
- Si estoy seguro.
Marina me muestra su pierna y se levanta la falda sobre sus rodillas.
- Mírame las piernas, ves, estoy súper gorda.
Deslizo unos de mis dedos y lo apoyo sobre una de sus piernas, y avanzo unos centímetros hacia arriba.
- Marina no me vas a convencer, estas riquísima.
Saco rápidamente el dedo de su pierna, como si ella fuera un auto nuevo al cual acabo de limpiarle una pequeña mancha y vuelve a tener la carrocería resplandeciente, pero en el fondo su piel me quema, ¿la distancia ha extraviado la confianza que existía entre nosotros, razón que me impide tocarla?, Quizás será que hoy me siento intimidado por el reencuentro, por la posibilidad bastante cierta que en el transcurso de la noche vuelva a experimentar cosas por ella. Que mentiroso soy, si desde el primer momento me he sentido atraído por Marina y eso es un factor que el tiempo no va a cambiar. Me siento listo, quiero tomarla de la mano, correr hacia un rincón, besarla, sujetarles las caderas y acercarla hacia mi pelvis, puntearla con mi pene que crece a cada movimiento suyo, sentir como se excita, contornearnos y besarnos hasta que ella caiga entre sollozo pidiéndome que la saque de ahí. Ella lentamente se tapa las piernas, ingiere un sorbo de cerveza y me dice que no quiere beber más.