lunes, septiembre 26, 2005

JAQUE A LA REINA (Primera Parte)

La esperé por una hora cuarenta y cinco minutos en un vertice de la plaza Brasil. Parecía un taxi boy parado en la esquina, ansioso por abordar a un cliente. Pero no, la estaba esperando a ella. Nunca la había puteado tanto en toda mi vida. Ni cuando ella había terminado conmigo. Sentía una ansiedad tremenda, me sentía como un cretino. Ella se había tomado la molestia de invitarme a salir y en menos de una hora se había olvidado completamente de nuestra cita. No puedo sentirme de otra forma que no sea como un prefecto idiota.

Por los corredores de la fría plaza deambulan escasas personas, la mayoría transita hacia el jolgorio. Mi piel padece de la fría humedad del Santiago invernal, y justo aparece, Marina con su chaquetita ploma que combina elegantemente con un vestido negro ajustado. Cuando me saluda me regala una sonrisa picara y yo solo quiero matarla, se deshace en disculpas que prefiero ignorar. Subimos al departamento de su hermana, en el ascensor percibo un leve hedor a licor. Me comenta que estuvo bebiendo un trago con un amigo que conoció por casualidad en el teléfono, el desconocido marcó el número equivocado y logró entablar una conversación que ahora era la principal causa de mi plantón, además me comenta que el tipo es muy simpático, tal vez quiera provocarme celos, pero eso me cae como un ají en el orto. Trato de mantener el control de mis emociones, me muestro indiferente, como si me diera lo mismo lo que ella hace o deja de hacer. Me molesta su risita, su desfachatez y ese aparente misterio del cual hace gala, además hay que sumarle el hecho que me dejó esperando por más de hora y cuarenta minutos.

Saludo a Jessica, la acompaña un grupo de amigos que apenas cabe en el pequeño departamento. Me sirven un tragó de bebida. La mano me tiembla, aún estoy molesto y Marina sigue pidiéndome disculpas, y eso me irrita aún más, por eso le recomiendo que se deje de excusar. Ella me mira como si hubiera realizado una travesura y se sienta coqueta en un sillón. Me pregunta si nos quedamos, yo le digo que no.

Caminamos por la plaza Brasil hacia el este, juntos volvemos a recorrer las callejuelas del casco antiguo de este sector de Santiago. Ella me toma del brazo. Conversamos de nuestros comienzos, Ella trata de recrear nuestros primeros encuentros románticos en la Universidad, me relata acontecimientos que no guardo en la memoria, se emociona al recordar esos supuestos días donde éramos felices, recorriendo los rincones de nuestros cuerpos, explorando todos los abanico de nuestra juvenil sexualidad. Ella se acuerda de mi polera a rajas azules, esa que parecía de marinero, de las historias de vacas y potreros que inventé cuando la conocí, mostrándole el inexistente mundo salvaje de los Fundos Peñaflorinos. Ella enganchó de inmediato, era que no, sí le encantan los animales.

Iba a ser mi primera vez, me avergüenza reconocerlo, nunca había entrado a la discoteca Blondie. La morena de pelo corto quería divertirse, saldando una deuda del pasado, después de tanto tiempo me quería enseñar un sitio nuevo, según ella, esta experiencia podía cambiar mi visión de los locales nocturnos.

Ella pide una cerveza, yo en cambio pido un vodka tónica, nos sentamos en un rincón de la sala bar, en el otro extremo hay un tipo colocando videos antiguos de The Cure. El ruido me impide escuchar las cosas que Marina trata de decirme, acerco mi cara a la suya, y ella se desliza peligrosamente hacia mi oído contándome lo mucho que me ha extrañado, que aún no se a podido olvidar de mí, me recuesto sobre el respaldo de mi asiento y la observo con distancia, Marina no me decía cosas como estas cuando estábamos juntos, nunca pronunció la palabra “te quiero” frente a mis ojos, por qué ahora actúa de esta manera. Ella sigue hablando, yo la escucho atento, cuando me pregunta algo le contesto con monosílabos, porque tengo la sensación que si me explayo en mi respuesta no voy a dejar de hablar y a medida que avance el tiempo me voy a transformar en una persona monotemática, que aburriría hasta una monja, además me encanta como ella se expresa, sus movimientos, su voz, lo mejor que me puede pasar es que ella maneje la charla.
- ¿Encuentras que estoy gorda?

- No para nada, estas estupenda, tu sabes que siempre te he encontrado riquísima.

- ¿Tu crees?

- Si estoy seguro.

Marina me muestra su pierna y se levanta la falda sobre sus rodillas.

- Mírame las piernas, ves, estoy súper gorda.

Deslizo unos de mis dedos y lo apoyo sobre una de sus piernas, y avanzo unos centímetros hacia arriba.

- Marina no me vas a convencer, estas riquísima.

Saco rápidamente el dedo de su pierna, como si ella fuera un auto nuevo al cual acabo de limpiarle una pequeña mancha y vuelve a tener la carrocería resplandeciente, pero en el fondo su piel me quema, ¿la distancia ha extraviado la confianza que existía entre nosotros, razón que me impide tocarla?, Quizás será que hoy me siento intimidado por el reencuentro, por la posibilidad bastante cierta que en el transcurso de la noche vuelva a experimentar cosas por ella. Que mentiroso soy, si desde el primer momento me he sentido atraído por Marina y eso es un factor que el tiempo no va a cambiar. Me siento listo, quiero tomarla de la mano, correr hacia un rincón, besarla, sujetarles las caderas y acercarla hacia mi pelvis, puntearla con mi pene que crece a cada movimiento suyo, sentir como se excita, contornearnos y besarnos hasta que ella caiga entre sollozo pidiéndome que la saque de ahí. Ella lentamente se tapa las piernas, ingiere un sorbo de cerveza y me dice que no quiere beber más.

miércoles, septiembre 21, 2005

Una Caida en una Noche de LLuvia.(Segunda Parte y Final)

El Taxista me preguntó a donde iba específicamente, que él me dejaria en la puerta y respondí que a un topples de un nombre extraño, algo terminado en Internacional. Al final, le terminé preguntando sobre los mejores prostíbulos del centro y él me entregó su ranking.

-Pues, hazte famoso y llévame a uno- dije decidido.

Partimos, nos bajamos en la entrada del parque Forestal y subimos por una escalera contigua a un famoso bar capitalino. Ya en la sala de estar, se presentaron las meretrices y justo en el momento que elegiría a la que aliviaría mi acumulación viril, me escudriñé los bolsillos y no encontré dinero.

A pesar que sabía de ante mano que no podía pagar ningún servicio, traté de llegar lo más lejos, sólo me conformaba con ver los cuerpos de las putas y su fina ropa interior, pues uno nunca sabe cuando puede necesitar sus servicios, pero en el momento que un matón vestido a la usanza flaite callejera, con un vistoso gorro de polar en la cabeza, se acercó de manera intimidatoria, observé el panorama de forma clara, ciertamente no había tomado la mejor de las decisiones, para salir del paso airoso, hablé fuerte, con tono imperativo y firme, inprovisé, tiré el tufo ardiente del alcohol a los que se acercaban a conversar conmigo, mientras le aseguraba a todos los presentes -por la honra de mi madre- que el taxista me había robado.

Bajé rápidamente las escaleras del departamento putero y salí a la calle. llovía muy fuerte, me protegí de la lluvia debajo de una cornisa de un edificio, había otras personas que esperaban el microbus para ir a sus trabajos. Un tipo me habló en una coa indescifrable. Me preguntó dónde venía, -no sé si le respondí-, el tipo de barba y peinado estilo pichichi chileno y chaqueta de cuero, me estudiaba, primero me miró a los ojos, escudriñó mi rostro, y procedió a mostrarme un paragua nuevo de color azul. - ¿Quieres el paragua? Me preguntó, sin darle más vuelta al asunto le contesté que sí. Fue en ese momento cuando todo se volvió confuso. El tipo introdujo sus manos en mis bolsillos, reaccioné y le tomé fuertemente sus antebrazos, le dije un par de verdades:

- sueltame conchetumadre.

-calmaó compadrito.

Él volvió a introducir sus manos en mis bolsillos, y se las volví a sacar, doble sus manos violentamente, lo miré con una cara de desquiciado, me dijo algo, parece que un garabato, reaccioné instintivamente con un golpe de puño directo a la nariz, el rostro del longi de peinado Zamoranístico estaba bañado en chocolate, proseguí con una patada en la espalda que lo tiró violentamente al suelo, lo aseguré con dos puntapiés en el estomago para que no se volviera a levantar, y recogí el impecable paragua azul que botó al piso.

-Camina Gil culiao- susurré.

El flayte caminó a tientas mientras intentaba parar la hemorragia de su nariz fracturara. No esperé ni un segundo y salté sobre una micro. Pagué el boleto, miré por la ventana, escondí mi rostro con la cortina, y vigilé la calle por si venía la mano de vuelta.

La sangre fluía furiosa en mis venas, estaba despierto cuando pensé en las imágenes que se cruzaban frente a mis ojos. Las luces de la ciudad desaparecían, los rostros fugaces de los desconocidos transeúntes se mezclaban en una Juguera urbanoide que generaba un jugo agrio de consistencia mierdosa, una mazamorra trasnochada, digna de la mejor cloaca. Taaaaá, mi rostro chocó con la ventana del microbus, la herida de la ceja vuelve a sangrar, en un esfuerzo logré reacomodar mis parches, cierro los ojos y sin darme cuenta fui a parar a Pajaritos, la bajada debía ser en Estación Central. busqué un billete y subí nuevamente a una micro. De Pajaritos llegué a plaza Brasil. De ahí tomé una micro y por fin me pude estar despierto para descender en mi destino, la puta Estación me esperaba. Del terminal San Borja desperté en Pelvín (pueblo rural aledaño a Peñaflor, donde se encuentra el terminal de buses de esa comuna, la cual está enclavada al lado de un cerro con una virgen en la cima) y de ahí caminé media hora hacia mi casa, adolorido, cansado y con la cara ensangrentada, pero con un paragua azul que me protegía de la lluvia que caía copiosamente sobre mi humanidad.

tuve suerte pensé, le había dado una tremenda tunda a un longi y me la llevé pelada, parece que los flaites no salen en masa con la lluvia.

Me levanté a eso de las dos de la tarde, me bañé, me saqué los parches de la cara, revisé la herida, tenía una horrible marca en la ceja, me vestí mientras reconocía en mi cuerpo mis nuevos moretones, tenía varios en las piernas. Pasé al supermercado donde había una farmacia, compré unos puntos de tela 3M, fui al baño, me lavé las manos, al salir le pedí a una voluntaria que recolectaba dinero para los niños con SIDA si me podía colocar los puntos, ella accedió. Una vez parchado, pude ir a la Iglesia a dar mis clases de catecismo, nadie puede faltar a sus obligaciones por un simple choque con una puerta. Al final fue un simple y torpe accidente casero.

lunes, septiembre 12, 2005

Una Caida en una noche de Lluvia (Primera parte)

Entramos al Night Club a eso de las once de la noche, el Show comenzaba en media hora más. Osvaldo pidió una piscola. No me quedó otra que pedir un Vodka tónica. El recinto estaba casí repleto, había dos grupos bien definidos, los primeros eran unos oficinistas extranjeros que estaban realizando la despedida de soltero a un Gringo alto y gordo, vestido de presidiario, el otro era un lote de empleados del sector. Además de ellos la concurrencia estaba compuesta de mirones solitarios y trabajadores de la construcción. Cuando salió la primera chica, todo el auditorio se volvió loco, era una delgada morena de cuerpo fibroso y pequeños pechos, tenía unos rasgos duros en su rostro y una chasquilla calentona a media frente, su nombre era Trinity.

Las chicas se sucedieron en el escenario, el publico aplaudía a rabiar a pesar que las bailarinas no era del todo atractivas, más bien tenían un cuerpo típico de Lola de barrio, con su pequeños y sobresalientes abdomenes que eran disimulados por una faja. Me molestaba ver la cara de babosos de los viejos y los constructores, que gritaban sin parar, me gustaba permanecer distante a los acontecimientos, como si fuera un fantasma. No faltó el califa que no se pudo controlar y trató de pegarle un agarrón a las nudistas, pero el que se llevó el agarrón fue él, y no precisamente de una mujer, sino de un bestial mastodonte vestido de negro, que lo lanzó a la calle. Al finalizar el Show, pasamos a una discoteca que estaba exactamente al lado del Night Club, estaba lleno de treintonas y de jovencitas fanáticas del Reggaetón.

Junto al Osvaldo nos tomamos otro trago, y otro trago, comencé a entrar en una especie de trance al observar como se movían los ajustados pantalones blancos y celestes de las frescas jovencitas, que hacían gala de sus provocativos petos de colores.

Traté de mantenerme incólume a esos impulsos. Pero no pude, justo cuando estaba a momentos de enloquecer por una extraña ansiedad, una señora cercana a los cuarenta, de mirada caliente y de movimientos desesperados, se posó delante de mi persona y comenzó a moverse, me miró como si quisiera comerme, le seguí el juego y comencé a bailar, la señora me toma de la cadera y acercó mi pelvis a la suya, frente a ese estimulo dejé caer mis manos sobres sus pechos y los toqué suavemente, ella no dijo nada, es más me daba la impresión que le gustaba. Ella se entusiasmó e intentó posar su boca sobre la mía y me lanzó un par de lengüetazos que intenté evitar. Rechacé a la señora no por que me fastidiara demasiado, y no quisiera comérmela, sino que estaba evitando caer en un circulo perverso, uno no puedo tirar con la primera mina que se cruza por el camino, no quiero solo aspirar a encuentros casuales con mujeres desesperadas. Es triste. Quería acabar con esa racha de Wuatas libidinosas y justo elegí esa noche. Creo que me equivoqué.

Hace tiempo que no me sentía de esa manera, tan angustiado de nada, tan melancólicamente exasperado. Me siento en la barra y pido otro vodka tónica.

Traté de conversar con Osvaldo, pero en esos momentos ya no podía escuchar nada. Intenté pronunciar palabras acertadas sobre temas que no recuerdo, le dije que esperaría hasta que cerraran la disco y me iría para la casa, supongo que después nos despedimos.

Aparecieron algunos colores frente a mi cara, me dolía el cuerpo, especialmente la rodilla izquierda y la cabeza. Un joven de unos 20 años me preguntó que si estoy bien, - le contesté que algo- después de unos segundos entré en razón y me doy cuenta que tenía una herida en la ceja y que me sangraba profusamente, le pregunté al muchacho de blanco ( el cual supongo que era un camarero o cocinero) que me había pasado, Él me dijo que me encontró tirado en el suelo del baño. Frente a tamaña revelación no quise preguntar nada más. (Era un mal momento para introducirse por eso laberintos llenos de culpa, después tendría suficiente tiempo para esos resquemores) Revisé mis bolsillos, parecía que tenía todo el dinero, el celular estaba intacto, pero me faltaba mi abrigo negro. El dependiente del lugar me limpió la herida con agua oxigenada y me pasó un algodón para que lo presionara en el corte de mi ceja, al salir en busca de mi abrigo todos me miraban con si fuera un monstruo o un delincuente, o simplemente la victima de turno, el pobre hueón al cuál había que tenerle lastima.

Mi cara seguía sangrando, cuando volví a la cocina sin noticias de mi abrigo, otro tipo me detiene y me pide por favor si puede curarme la herida, pues no dije nada y me senté en una silla de metal, y moví la cabeza en señal de consentimiento. Él me colocó unos parches en la ceja para obstruir la hemorragia, después de eso salgo a la pista de baile, estaba vacía, algunos empleados hacían el aseo, busqué en los rincones más escondidos, me tropecé un par de veces con los escalones, parecía un zombi sin rumbo. Me pronto, sin querer me acerqué a la custodia y pregunté si se encontraba un abrigo negro, ellos me contestaron que sí, pero declararon efusivamente que no podían devolverme el abrigo si no tenía el comprobante, en ese instante vacié mis bolsillos sobre la mesa y busqué en mis circunstánciales cachureos y ahí estaba el boleto, arrugado como miembro de anciano.

El paradero estaba desolado, caían unas tímidas gotas de lluvia. Esperé y esperé sin resultado. Saqué mi celular y llamé al Osvaldo y le Pregunté que estaba haciendo, el simplemente me dijo que estaba en un topples del centro, me dió la dirección y le respondí que en unos minutos estaría haya.

Cuanto es, le pregunté a taxista, -él me respondió que mil pesos-, saqué de mis bolsillos un billete y se lo pasé. Después de unos segundos busqué uno de diez Lucas y no lo encontré, le reclamé al chofer que me devolviera las diez lucas, él concentrado en el volante me juró que nunca le había pasado esa cantidad y me mostró todos los lugares del auto donde guardaba el dinero. Convencido y pensando que pudo ser una mala jugaba de mi embriaguez, me quedé tranquilo. El caballero me preguntó a donde iba específicamente, él me ofreció amablemente ir a dejarme a la puerta y le respondí que a un topples. Al final, le terminé preguntando sobre los mejores prostíbulos del centro y él me entregó su ranking.

-Pues, hazte famoso y llévame a uno- dije decidido.

sábado, septiembre 10, 2005

PALABRAS DE PESCADOR

Mis palabras
suenan como
las olas del mar
repetidas, rítmicas
arrebatadas, buscando
un final.

Sin sentido
nada original,
apasionadas, silenciosas,
mis palabras
suenan como
las olas del mar.

Poderosas, calmas,
calidas, frías,
húmedas y saladas
mis palabras
suenan como
las olas del mar.

Tus oídos ,
como las estrellas,
Escuchan susurros
del viento
que suenan como
las olas del mar.

lunes, septiembre 05, 2005

Noche... No me digas Mi Amor ( II PARTE y FINAL)

La cerveza había corrido a destajo, los cuatro compañeros estaban más o menos borrachos, aunque para variar el más pasado en alcohol era Jorge. Gonzalo les contó a todos que él debía estar en el supermercado con su señora en cambio estaba aquí con sus amigos, con sus queridos compañeros de oficina. Jorge, Esteban y Javier brindaron por ello, ¡Salud! .

Ya era tarde, los cuatro amigos pidieron la cuenta. Se repartieron los gastos y cancelaron. Caminaron por Irrarazabal hacia la fuente Suiza, pidieron unas empanadas fritas de pino. Caminaron hacia J. P. Alessandri, iban a dejar a Jorge para que tomara la micro hacia la Florida. Al cruzar la calle los cuatro escucharon unos gritos:

“Mijitos ricos”, “Guachitos vengan pa’ ca que nosotros los vamos a atender como ustedes se lo merecen”.

Jorge se dió media vuelta, y observó que en el bar de la esquina dos parejas de hombres eran los causantes de los chillidos, Jorge los miró directamente y les contestó “¿que dijiste”?. La respuesta de los varones del bar no se hace esperar, el más travestido de los cuatro, sensualmente volvió a repetir sus expresiones:

“mijitos ricos”, “guachitos carnuos” - y les lanzó un beso.

Javier volvió a cruzar la calle, lo acompañó Jorge. Esteban y el Gonzalo cuando se percataron de la situación salieron detrás de ellos. Jorge se paró al frente de los cuatro hombres, y les dijo:

“Qué le pasa a los conche de sus madres”, “se van a parar la manga de maracas”.

Uno de los hombres, se levantó de su asiento, tenía los ojos pintados con delineador negro, y vestía completamente del mismo color, el susodicho encaró a Javier.

- querís atado conche tu madre, querís pelear- le dijo con voz profunda y varonil.

- no te vayas a quebrar una uña maricón culia’o- le contestó Javier.

Los tres amigos del gótico, se levantaron de sus asientos y empuñaron sus manos.

-¿quieren peliar los putitos?- dijo Javier.

-sí papito-, contestó el gótico.

El gótico salió de su asiento, avanzó hacia la calle donde estaba Javier y le tiró un puñetazo, Javier trató de defenderse y comenzó a dar desordenados aletazos al aire que no dieron en su objetivo pero logró distanciarlo de su agresor. Jorge se deslizó rapido y ajustó un certero combo al hombre gótico. El travestido salió en defensa de su amigo y le propinó un puñete a Jorge, este ni se inmutó. Esteban trató de calmar los ánimos y contuvo a los dos amigos del gótico y el travestido, que lanzaban unos golpes de pies por el costado de Esteban. Gonzalo trató de calmar a sus amigos. Los ánimos de pelea se comenzaban a tranquilizar. Jorge aún desafiaba al gótico para que peleara uno a uno y como hombre, sin los rasguños de sus anillos de vampiro maraco. El gótico se rió, parecía que estaba conforme con su cuota de adrenalina y sangre. Esteban aún tenso con la situación, intentó que los grupos se distanciaran. El travestido con un afán socarrón, se acercó a Esteban y le acarició la mejilla y dijo:

“gracias, mi amor, por defenderme”.

Sin saber como Esteban reaccionó y sacó un mortífero puñetazo que fue a parar a la nariz del travestido, éste comenzó a sangrar. El gótico histérico se puso a gritar “animal, le rompiste la nariz a mi amiga”, los otros amigos del travestido trataron de auxiliar a su compañero y gritaron en coro:

“maldito cavernícola la vas a pagar”.

El gótico trató de cobrarse el puñetazo que afectó a su amiga y se lanzó furioso y descontrolado hacia Esteban, pero el Javier le pegó una patada en las canillas que lo mandó directamente al suelo, Jorge le ajustó varios puntapiés en el estómago, Javier y Gonzalo se sumaron a la pateadura, lo golpearon hasta que el gótico no opuso más resistencia. Gonzalo les dijo que lo mejor era irse del lugar. Los cuatro amigos oficinistas corren por J. P. Alessandri, a lo lejos se escuchaban los llantos de los acompañantes del travestido y del gótico que gritaban entre sollozos de histeria.

-¡MALDITOS¡ ¡MALDITOS¡ ¡NOS LAS VAN A PAGAR PUTOS CAVERNICOLAS¡ ¡CAVERNICOLAS¡ ¡CROMAÑONES¡.

Los cuatros camaradas de oficina se separaron en la esquina de Grecia con Macul, Jorge y Javier caminaron hacia Pedro de Valdivia. Gonzalo y Esteban esperaron micro en el paradero del Pedagógico. Ya tranquilo Gonzalo le comentó a Esteban, que nunca lo había visto actuar de esa manera tan agresiva, Esteban con las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones le contestó, que tuvo que pegarle, que no le quedaba otra opción, Gonzalo le preguntó por qué, él le contestó con la seguridad de una noche llena de cerveza, “es qué yo no soy el amor de nadie”.