Es indesmentible que poseo un talento para el trabajo que desarrollo, eso mis jefes lo saben de sobremanera, pero mi perfil personal no es el más adecuado para el cargo. Rompo con el prototipo del buen ciudadano y del empelado ejemplar. Soy un libre pensador y eso puede ser imperdonable para el orden jerárquico de mi empresa.
No sé que tomar: cerveza, ron o vino; lo más cristiano sería tomar vino, pero esa nunca ha sido mi verdadera opción, por otro lado, lo más arribista sería tomar ese maldito ron importado de esas islas gozadoras del caribe, pero esa sería una burda traición a mis principios de bebedor proletario, no me decido por ninguna de las opciones que se presentan, frente a esta insoportable duda me voy a la segura, tomo un sorbo de todos los vasos, para quedarme con mi fiel compañera la cerveza y después de eso bebo y bebo cerveza, deliciosa cerveza.
No es lo más aconsejable emborracharse frente a rector del colegio, pero siempre he sido un maldito juerguero, bohemio le llamaran otros, quizás vividor, o un simple borracho de fin de semana, frustrado por las mediocridades de la vida. Pero como negarme al licor, si es el día del profesor, además el capellán del colegio, el padre Francisco cuando intentó servirme vino y me negué, pues me podía emborrachar, me dijo que yo era un buen hombre y que el mosto tinto era una muestra del inconmensurable cariño de nuestro señor hacia nosotros y que si me pesaba de copas iba a ser una borrachera bendecida por Dios.
Entre copa y copa no sé cuando aparecieron las incomodas preguntas. ¿Qué le interesa a ellos mi vida amorosa y sexual?, ¿Es necesario que mienta?, O debo contarle la verdad, que los fines de semana me introduzco en Púb’s y bares con la única intención de emborracharme y salir del brazo de una dama con dirección a un motel de dudosa categoría, sin importar que la mujer premiada fuera gorda, linda, que ostentara pequeños mostachos sobre sus labios, que padeciera de anorexia, o se sintiera orgullosa de sus grandes pechos o quizás vergüenza de la carencia de tetas. Lo importante era que quisiera follar.
El sostenedor del colegio, me insistía ¿qué pasa con la profesora Susana? ¿Tienen un romance?, Yo contesto que no, que nosotros éramos sólo amigos y a pesar que ella me atraía, yo la respetaba y a su novio también, ese maldito llamado Lucho, odio a los Luchos.
La gente lo notaba, entre Susana y yo existía una química feroz, era imposible ignorar como nos mirábamos.
Todo empezó en la fiesta de recepción de los profesores nuevos del año 2005. Ella me era indiferente, pensé que era fría y petulante por su aspecto seguro, medianamente despectivo, como si mirara al resto de las personas por sobre el hombro, demostrando la superioridad en su seriedad y belleza, parecía que no necesitaba de ninguna persona para sobresalir, lograba llamar la atención de forma natural.
Un día miércoles de ese año, cinco minutos para las ocho de la mañana el profesor Gabriel de educación Física llegó vociferando que había una profesora nueva que se llamaba Susana y que era enferma de guapa. Cuando salí al patio al momento de la formación la observé junto a la Tía Marta, ella se veía elegante y hermosa con su delantal azul con cuello blanco, que resaltaba sus largas piernas terminadas en unos grandes tacones negros, pero Susana no me llamaba la atención, suponía que era una engreída, y no me interesaba perder tiempo en ella.
Pero como dice la canción de Rubén Blandes que acaba de terminar en el plató de baile de la fiesta del día del Profesor: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay no”.
Me equivoqué con Susana, estaba totalmente errado con ella, eso lo descubrí en la celebración donde los profesores nuevos pagábamos el piso, ósea invitábamos al resto de los docentes a celebrar nuestra incorporación al colegio.
Hasta la media noche no había tenido contacto con ella, pero me aburrí, también era nuevo, no tenía interés de conversar con nadie de los presentes y la única silla disponible para descansar estaba al costado de Susana. Sentado a su lado la conversación fluyó rápidamente, no sé quién hizo la primera pregunta, pero en unos escasos minutos estábamos tratando temas íntimos. Ella me confidenció que acababa de terminar con su novio y que aún lo echaba de menos, en ese momento le sugerí una teoría que decía que cuando uno rompe con una pareja de años, no extraña literalmente a la persona, si no, la intimidad que se generó entre ambos, esos códigos secretos que se entablan con los años, por esa razón después costaba tanto establecer nuevas relaciones de parejas, porque nos empecinábamos en comparar esa intimidad antigua, con el nuevo pretendiente, y así se establecían desequilibrios injustos hacia el nuevo amante. Ella mirándome directamente a los ojos, movió su cabeza de arriba hacia abajo para encontrarme razón.
Me acuerdo de que esa noche Susana estaba muy preocupada por llegar a su hogar, sacaba constantemente su celular para observar la hora, se notaba que ella no quería volver a casa y que deseaba permanecer en la fiesta, yo no le insistí, no le entregue razones para quedarse.
Yo miraba alrededor para fijarme si la gente nos observaba. Cada segundo que pasó de esa noche descubría más cosas que me gustaban de Susana. En un momento ella se alejó de mí, como si mi cuerpo la hubiera golpeado con electricidad, en ese instante Ella me contó que tenía grandes miedos e inseguridades, me descubrió su brazo y observé su piel tallada en una terrible quemadura que la ha acompañado desde que tenía cuatro años, y que en cierto sentido la acomplejó para el resto de su vida.
- Sabes Roberto, me carga que la gente me observe con lástima, detesto esa sensación- me contó Susana levemente alterada.
- Susana te comprendo claramente, también he sentido esa sensación- contesté, sabiendo que en ese momento había cerrado un pacto implícito con ella.
En estos momentos no me acuerdo exactamente que día de abril del 2005 fue esa fiesta de bienvenida, sólo que terminé bailando merengue con Susana, al finalizar la música y la reunión la invité a quedarse en mi casa. Conversamos en mi pieza hasta al amanecer. Me saqué la camisa y le mostré mi torso y espalda, que estaba llena de cicatrices, tanto por operaciones y por 16 puñaladas que recibí en un asalto y le dije- Viste Susana, no somos tan distintos-. Ella se acercó a mí sin decir palabra, tocó mi pecho y clavo su uñas en él. Busque sus ojos para encontrar una respuesta y la besé. Nos lanzamos sobre la cama, nos despojamos de ropajes, besé su cuerpo, deslizándome hacia su ombligo tratando de conocer su olor y sabor, poco a poco ella comenzaba a gemir, a causa del jugueteo de mi lengua, busqué su rostro para encontrar nuevas posibilidades, toqué sus mejillas con mi manos y ojos se entregaron a mis ojos, y la penetré lenta y profundamente, seguí el compás musical de sus gemidos, jugando con las formas de nuestros cuerpos, hasta que me consumí en un gran alarido.
Al día siguiente ella tímida me miró a los ojos y me dijo si yo la aceptaba tal como era, sin saber por qué me hacía esa pregunta le contesté que sí.
Han pasado dos años, y aún me siento vivo cuando la observo a los ojos, pero lo nuestro parece imposible, como si estuviéramos condenados a lo furtivo. Ella es una celosa obsesiva y yo tengo problemas al compromiso, los dos tomamos los mismos anti-depresivos y hacemos clases en el mismo colegio. Los dos tenemos pareja estable en quién refugiarnos. Ha pasado tanto tiempo que aún no entiendo que sucede o sucedió entre nosotros dos, pero me he acostumbrado a nuestro ritmo. Lleno de malas palabras que sólo buscan calcinar nuestra tierra, dejarla yerma de emociones, generando un vacío espiritual que nos separe definitivamente.
Se acabó la cerveza. En la mesa contigua, otro grupo de profesores canta los éxitos de Marco Antonio Solís. No te achaques, - me dice don Rolando-, las mujeres van y vienen. Pero don Rolando yo no me puse triste por eso, es que se me acabó la cerveza, - dije con resignación- pero no importa hay Ron.
La tía Marta está muerta de la risa. No puede creer que me esté burlando de las camisas marca Polo del Rector. Soy un bufón y el alma de la reunión, sólo quedan los peces grandes y yo. Me fui a Negro, no entiendo que pasa a mi alrededor, sé que estamos en el auto del Jefe y que me van a dejar a la casa. Yo le digo que no, que deberiamos ir a un bar de nudistas que conozco, el inspector se ataca de la risa y postula que sí deberíamos ir, pero el Jefe pone paño frío en la propuesta.
Llegamos a mi casa. Me cuesta bajar, al poner los dos pies sobre la tierra, don Rolando el jefe de la Fundación, me grita- Ya maricón, cuenta la verdad, te comes a la Susanita-
- No don Rolando, no me pesca, lo he intentado pero no- contesto mientras mi perro labrador me lanza al suelo. Desde ahí les hago señas para que se retiren.
El auto plateado inicia su marcha y me quedo solo en el suelo con mi obsesión que no me permite levantarme.