viernes, marzo 14, 2008

Carcacha devil rock and roll (Parte I)


Este es el segundo año que viajo junto a unos amigos al balneario del Quisco, -fue una tradición que comenzamos al salir del liceo-, pero este verano, el del 96, se presentan más complicaciones que las habituales para planificar el viaje. Los principales obstáculos son el precio del alojamiento, el cual subió desproporcionadamente, además gran parte de mis camaradas encuentran excusas inverosímiles para justificar su ausencia en esta travesía. Realmente este último factor no me interesa demasiado, la mayoría de ellos sólo representan el medio más cómodo y honesto para conseguir una buen precio por una cabaña a la orilla del mar. Su amistad es la catapulta que me permite escapar del aburrimiento de las calurosas tardes en nuestra amada comuna.

Inesperadamente y sin mucho esfuerzo conseguimos una pequeña cabaña en Punta de Tralca, gracias a la voluntad religiosa de la madre de Gerardo, ella poseía muchos contactos ya que era dueña de un video club, supongo que les rebajaba las películas religiosas a los Hermanos Evangélicos o algo por el estilo. Por eso todos estimamos al Gerardo, al cual todo llamamos Chamo, porque su infancia la vivió en tierras Venezolanas, como dije a través del Chamo podíamos conseguir muchas cosas especialmente películas XXX, incluso trabajé como vendedor en el video club Sky.

Según el Chamo la cabaña cuenta con todo lo que necesitamos para nuestra estadía y con el precio más bajo del mercado, su único defecto es que se encuentra un poco alejada de la playa.

Cuando llegamos a cerrar el trato, me doy cuenta que estamos negociando con unos viejitos súper conservadores, colocamos cara de comunión, y castos recibimos las indicaciones y las llaves. El trabajo sucio estaba listo. En estos momentos en lo único que pienso es en el mar, los bikinis y sentarme en la arena con la única preocupación de satisfacer mis mundanos placeres, beber cerveza y enamorarme cada noches de una chica distinta, cosa que sé que es imposible para alguien de mis características, pero con una sola noche de fogoso romance en compañía de una delicada dama, me daría con una piedra en el pecho.

Nos juntamos en la plaza de Peñaflor a las nueve de la mañana, para variar el Chamo fue el primero en llegar, lo secundó el Pedro, el último en llegar fue el Santiago con su Padre, el cual nos llevaría hasta la playa. Al principio todo fue silencio pero a medida que avanzamos por la carretera comenzamos a actuar como niños con juguete nuevo, nuestro rostros están marcados por la emoción, a pesar que sus miradas dicen otra cosa, en mí interior tengo la leve sensación que todos leíamos entre líneas el itinerario de nuestro destino, me imagino a mis compañeros caminando por las calles polvorientas en busca de un cerro, sus zapatillas levantando polvo, cada paso de ellos acarrea el lastre de la mañana y el peso de sus mochila hace que el aire les raspe las gargantas, pero a pesar de la carga, ellos viajan con la frente en alto.

Compramos pasteles a las palomitas de Melipilla, el padre del Santo coloca un disco de Leonardo Favio. Tarareamos sus canciones mientras miramos concentrados el paisaje que pasa rápido frente a nuestros ojos, compartiendo la música, el silencio y algo más, que nunca podré descifrar.

Pedro, al que todos llamábamos Paletón, (nunca he sabido por qué) hurga en su mochila verificando si lleva sus disco favoritos, él es un correcto cristiano y admirador incondicional de los Beatles (es una enciclopedia ambulante del grupo de Liverpool) y del rock clásico del tipo de Led Zepelin. Mira hacia fuera, trata de afinar su guitarra, saca improvisadas melodías y vuelve a mirar hacia afuera, supongo que piensa en su polola, creo que su mente busca establecer cuales serán los limites para desenvolverse en la comunidad y no traicionar la confianza de su compañera, porque siempre le hacemos burlas por su macaveismo, según mi distante impresión ella más que ardiente romance le otorga la seguridad que le es negada a los hijos de padres separados, al fin y al cabo yo sé que Paletón será fiel, y sólo alucina con la idea de tocar la guitarra para una pequeña audiencia de hippies.

Llegamos a la Playa, al medio día del lunes, el sol cae avasallador sobre nuestras cabezas, es un bello día, transpiro ansiedad por instalarnos pronto y disfrutar de las bondades del mar. Grande es nuestra sorpresa al conocer la ubicación de las cabañas. Parecen un pobre poblado del viejo oeste, un lugar de paso para bandidos y vaqueros, el padre del Santiago nos deja afuera del villorrio, bajamos nuestro equipaje de la camioneta y nos despedimos de él. Buscamos la numeración de la cabaña, caminamos como los malvados de las películas de cowboys con las petacas a cuestas, orgullosos de nada, sin malos ni buenos, solo feos, deslizándonos por una pequeña calle que divide las edificaciones en oriente y poniente. El Pedro mira a los ojos al Chamo, él agacha la cabeza como si se sintiera culpable de algo, culpable de estar aquí, de traernos a este lugar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buenos recuerdos....parece que mi vida a sido un poco aburrida ..jajajja...bueno no tanto .....seguiré atenta a la segunda parte.....

Saludos,

María José

Anónimo dijo...

Roberto: Tienes toda la razón en tus palabras....pues sabes yo quiero justicia, y exijo que nuestras instituciones funcionen.....

Saludos,

María José

SiempreSoy dijo...

tu relato me recordó los viajes de estudio...

te dejo saludos y
bss

Pame

Clau dijo...

Gracias por pasarte por mi ciber cuchitril
Yo fui al Quisco una vez con mi curso jaja fue mi primera vez... de vino en caja jajajaj
saludos desde aqui re lejos!